HERRAIZ, Isabel María

Huerta de la Obispalía ¿1760? / Cuenca 20-02-1802

La conocida popularmente como “Beata de Villar del Águila”, pueblo en el que estaba avecindada, consiguió rápida fama popular por sus declaraciones abiertamente heréticas, que propiciaron la apertura de una causa inquisitorial. Estaba casada con un labrador y según se puso de manifiesto en el proceso, desde niña había mostrando ciertas tendencias hacia el iluminismo religioso, pero hacía 1797 ese misticismo empezó a trascender hacia el exterior, con afirmaciones ciertamente temerarias en las que se vinculaba directamente con Jesucristo y no solo en el terreno espiritual, sino incluso en el corporal, asegurando que en ella se había producido una íntima vinculación con Jesucristo, hasta el punto de llegar a ser ambos uno solo, con el resultado de que pronto se formó a su alrededor una auténtica legión de seguidores que la consideraban poco menos que la misma representación de Dios en carne mortal, llegando a adorarla como tal, llevándola en procesión por las calles con toda la parafernalia propia de estos casos: luminarias, cera, bajo palio, etc. Como suele ocurrir en tales acontecimientos vinculados con hechos supersticiosos, el problema fue derivando y agravándose con manifestaciones públicas exacerbadas en las que no faltaban los endemoniados, con el consiguiente escándalo en las personas de conciencia religiosa. En 1801 la Inquisición decidió tomas cartas en el asunto, decretando la entrada en prisión de la Beata, junto con su criada, varios frailes y el cura de Casasimarro, José Clemot de Lara, que se había declarado convencido de cuanto decía la Beata, que murió por causas naturales en la cárcel de Cuenca y así se libró del cruel destino que sin duda la esperaba; además se logró de ella una previa rectificación de sus errores, lo que permitió que pudiera ser enterrada en tierra sagrada, concretamente en las escaleras exteriores de la iglesia de San Pedro, pero el proceso siguió adelante, como era costumbre en las acciones inquisitoriales, tomándose declaración a multitud de testigos, entre ellos varios religiosos que reconocieron haber realizado el acto sexual con Isabel, convencidos de que así alcanzarían una mejor unión con Jesucristo. La sentencia del tribunal se hizo pública en el Castillo de Cuenca el 8 de marzo de 1804 y en su parte dispositiva señala que, de sus propias confesiones, se podía establecer no solo «la certeza de la permanencia de Jesucristo en su pecho, y posteriormente la consagración de todo su cuerpo en el de su Magestad, sino también estar no menos segura por los mismos conocimientos, de que en estos singularísimos prodigios y mercedes llevaba el Señor altísimos fines, y entre ellos la reforma general de mucha parte de la Europa en sus costumbres. Que a este objeto se establecería un nuevo Colegio apostólico, cuyos doce individuos saldrían a predicar por diferentes provincias y reinos; y que ella, después de llenar en su peregrinación los designios que Dios se proponía, moriría en Roma, su cuerpo se depositaría en un altar y al tercero día subiría a los cielos delante de un numeroso concurso. Que María Santísima permanecía también dentro de su pecho; y que era quien la impelía físicamente a practicar ciertas demostraciones cariñosas con algunas personas, especialmente eclesiásticas». Como consecuencia última, algunos de los religiosos que habían mantenido relaciones íntimas con la Beata fueron desterrados de sus residencias y recluidos en distintos conventos.

Bibliografía: Fermín Caballero, La imprenta en Cuenca. p. 71 / Trifón Muñoz y Soliva, Historia de la M. L.e I. Ciudad de Cuenca, y del territorio de su provincia y obispado. Cuenca, 1867, II, pp. 502-517 / María Helena Sánchez Ortega, “La beata de Villar del Águila”; Historia 16, núm. 74, junio 1982, pp. 23-34 / Adelina Sarrión Mora, Beatas y endemoniadas. Mujeres heterodoxas ante la Inquisición. Madrid, 2003; Alianza, pp.387-403.