ESCOBAR PORTILLO, Eduardo

Murió en enero de 1924

Abogado, terrateniente y diputado provincial. Destacó especialmente por las actuaciones que llevó a cabo en favor de modernizar las estructuras agrarias en la zona de la Manchuela, incorporando innovaciones que contribuyeron notablemente a mejorar la situación del agro conquense.

En sesión de la Diputación Provincial, el presidente Maximiliano Cañada pronuncia un discurso para recordar a Eduardo Escobar y Portillo, recientemente fallecido, “una de las mayores mentalidades de los hijos de esta provincia, propagandista incansable del progreso agrícola, demostrando su extraordinaria competencia en diferentes congresos y en folletos”. Algo más tarde, el 20-03-1924, Segismundo Medina Pinilla escribía un largo comentario en la primera página de La Voz de Cuenca, encomiando las virtudes personales y profesionales de Eduardo Escobar, destacando en especial su empeño en modernizar las estructuras agrarias de la provincia, especialmente en el partido de Motilla del Palancar (probablemente había nacido en Rubielos Bajos), no sin dedicar algunos exabruptos a la sociedad conquense por su capacidad para olvidar y menospreciar a sus hijos más preclaros.

Abogado de profesión, inscrito en el Colegio Oficial de Madrid el 18-01-1882, le correspondió un cierto protagonismo como defensor de la desgraciada Encarnación Zamora Navarro, acusada de haber matado en Casasimarro a su propia hija contando con la colaboración de su amante, por lo que fue condenada a muerte, aunque la pena se le conmutó por la de cadena perpetua que cumplió en penosas condiciones hasta que pudo ser liberada. El caso saltó a la prensa en 1927 cuando ya había cumplido 35 años de condena. Había ingresado en la cárcel de Cuenca el 7 de octubre de 1893, pero los médicos advirtieron en seguida que en ella había síntomas de locura, por lo que promovieron el oportuno expediente, que fue aceptado favorablemente por la Audiencia de Cuenca el 6 de abril de 1895, ordenando el traslado de la enferma a un sanatorio psiquiátrico, señalando para ello el de El Puerto de Santa María, requisito que se fue prolongando hasta que en un relato ciertamente dramático, cargado de humanidad y sentimiento, Rodolfo Llopis lo dio a conocer a la opinión pública, haciéndose eco de la opinión popular favorable a que la mujer pudiera permanecer en su celda de la cárcel conquense, a la que ya se había habituado y en la que plácidamente esperaba la hora de su muerte.

Referencias:  La Voz de Cuenca, 20-03-1924 / Rodolfo Llopis, “Treinta y tres años entre el patíbulo y el manicomio”, Madrid, El Sol, 20-01-1927.