CASARES, Cristian

CRISTIAN CASARES FERNÁNDEZ-ALVES

Madrid, 1946 / Madrid, 22-07-2002

Actor de teatro, poeta, activista cultural y una de las personalidades de más apasionante interés de cuantas han surcado el territorio conquense en el siglo XX. Licenciado en Ciencias Políticas por la universidad Complutense. Titulado por el conservatorio de Arte Dramático de Córdoba. Ha sido profesor interino de Verso en el Real Conservatorio de Música y Declamación de Madrid. 

Como actor formó parte del famoso grupo “Los Goliardos”, que bajo la dirección de Ángel Facio llevó a cabo una destacada tarea durante los últimos años de la dictadura franquista, trabajando en obras como “Historias del desdichado Juan de Buenalma” (Lope de Rueda) por la que obtuvo el premio de interpretación en el festival universitario de Zagreb (1968) o “La boda de los pequeños burgueses” (Bertold Brecht), cuyo estreno en Madrid causó una profunda impresión y que bien puede ser calificada como la irrupción en España del Teatro Independiente que habría de conmocionar las estructuras oficiales del régimen franquista.. Actuó en “Lisystrata”, de Aristófanes, bajo la dirección de José Luis Gómez y en trabajos colectivos como “Juan del Enzina y su tiempo”, “Baroja y la última vuelta del camino”, etc. Otros trabajos han sido “Tito Andronicus” (Shakespeare), “El botín” (Joe Orton), “Farsa y licencia de la reina castiza” (Valle Inclán), “Caton, un republicano frente a César” (Fernando Savater), “Ella” (Genet), “Ramírez” (José Luis Miranda), “Precipitados” (Leopoldo Alas), “Retablo de maese Rodrigo de Plasencia” (Pedro Penco), “Vanzetti” (Luis Araujo), “Entremeses del siglo de oro” de varios autores, etc. Como director preparó los montajes de “Segismundo” (Calderón de la Barca), “Streap-tease” y “En alta mar” (Slavomir Mrozek) y “Oración” (Fernando Arrabal), seguidos de “El enamorado de la muerte” sobre la figura de Jorge Manrique, “Cuentos de Calila e Dimna” y “Andanzas de un cómico con dos poetas del Quince”, monólogo con el que llevó a cabo una gira por universidades estadounidenses. En 1972, recorrió once países europeos con la compañía Pequeño Teatro de Madrid.

Los Cómicos del Carro preparando una actuación en un pueblo (Foto Arturo Luján)

Esporádicamente, actuó también en varias series de TV, destacando entre ellas su presencia en Silencio, estrenamos (1974), El Pícaro (1974), Tango (1975), El Quijote de Miguel de Carvantes (1991), Una gloria nacional (1993), Turno de oficio, diez años después (1996), Médico de familia  (1997), Todos los hombres sois iguales (1998), Rincones del paraíso (1999) y Periodistas (1999). El 10 de marzo de 1996 estrenó en el Ateneo de Madrid su obra «El enamorado de la muerte», una lectura dramatizada (que él subtitula «drama romántico») sobre las últimas horas de Jorge Manrique, papel que interpretó el actor Fernando Alves. Consta de 62 folios, cuyo original conserva José Manuel Ortega Cézar.

Su aportación más destacada y peculiar al mundo del teatro fue la formación, en 1974, de la compañía Cómicos de la Carreta: al recibir una beca de la Fundación para la vocación construyó un escenario ambulante, con diseño del escenógrafo Victor María Cortezo, que había trabajado con García Lorca en La Barraca quien, a pesar de que era ya octogenario, aceptó el encargo y preparó el diseño de la nueva carreta teatral. El estreno tuvo lugar en Sigüenza, con un espectáculo con obras cortas de Lope de Rueda, Miguel de Cervantes, Gil Vicente. Durante dos años, el Carro recorrió los pueblos de Castilla, Extremadura y Andalucía, terminando su andadura en Málaga, en 1976. Más tarde, en 1979, promovió una nueva salida de lo que entonces se llamó Cómicos del Carro, al cumplirse el quinto centenario de la muerte de Jorge Manrique, para lo cual preparó un espectáculo denominado “El enamorado de la muerte”, en el que participaron más de veinte jóvenes, procedentes en su mayoría de la Escuela de Magisterio, visitando más de 40 localidades de la provincia de Cuenca. “Y resultó una experiencia única encarnar al poeta y guerrero por las plazas, junto a las murallas y los castillos donde siglos antes había estado luchando o escribiendo sus famosas Coplas”, dice Cristian Casares recordando aquella experiencia. Fue aquel un singular vehículo de transporte y escenario al que hizo subir a una tropa de entusiastas aventureros que empezó a caminar repartiendo sueños por todos los puntos de la provincia (y también fuera de ella). Consiguieron asumir la convicción de que eran cómicos de verdad, llevando ilusión, fantasía, espectáculo, imaginación, entretenimiento y, en fin, como culmen de todo ello, alegría de vivir a pueblos generalmente adormilados en las penurias de su monotonía diaria y que contestaban a tan generosa entrega dando posada y alimento y cordialidad y simpatía.

Situación actual del Carro, en una nave de Santa María del Campo Rus (Foto José Luis Muñoz)

Apasionado por la figura de Jorge Manrique, se entregó con el entusiasmo que era parte esencial de su personalidad a propagar al personaje caballeresco y poeta, que quiso envolver en un montaje entre cultural y turístico mediante la invención de El Triángulo Manriqueño, con el desarrollo de una ruta entre Castillo de Garcimuñoz, Santa María del Campo Rus y Uclés, que durante muchos años sirvió para estimular la alicaída vida cultural de la España anterior. Durante tres días, el cortejo caminaba por los polvorientos caminos de la Mancha conquense, entre recitales de poesía, conciertos de música medieval, exposiciones pictóricas y amistosas cuchipandas gastronómicas, en un intento de aunarlo todo para dar forma a una propuesta cultural con ingredientes turísticos. Había un hueco destacado para el guiñol que el propio Cristian había diseñado y en el que los muñecos daban forma a los personajes que recreaban la historia de Jorge Manrique. El propósito, mantenido con el esfuerzo casi solitario de Cristian Casares, se evaporó a su muerte.

Dice José María González Ruiz que Cristian Casares “era el desbordamiento, el alto vuelo de la pasión, el vuelo a ras de suelo de la mesura; todo y su contrario, pero sin contrario posible su generosidad, nobleza, sentido de la amistad, inteligencia”. Alguien que también lo conoció de cerca, el actor Héctor Acebrón, recuerda cómo, cuando él era estudiante en el Alfonso VIII, “apareció Cristian, esparció magia en las olas, los toneles y los violines (y en nosotros) y nos hizo llegar, entre los aplausos, los vítores y las risas de los compañeros de instituto, desde el Alfonso VIII al escenario de la Casa de Cultura”.

Como escritor mostró una inicial orientación hacia la poesía, que luego no cultivó aunque bien podría decirse que todo, en su actitud general hacia la vida y el arte, estuvo señalado por un hálito poético. Dejó inéditos muchos versos que conocieron sus amigos y especialmente preparó un libro de hermoso título, “Alfareros de nuestros propios sueños”, que no consiguió editar, que mereció un cálido elogio del especialista Florencio Martínez Ruiz, porque “ha sabido  utilizar las formas poéticas de ayer y de hoy, fundiéndolas con una lozanía y agilidad impresionantes. Y lejos de la simple reproducción museística de romances y sonetos, de cuartetas y décimas, las acopla a su propia respiración, a sus cualidades de un gran recitador, logrando en este compás la máxima identidad humana”.

En cuanto al carro histórico, se encuentra almacenado en Santa María del Campo Rus, donde de vez en cuando surgen noticias encaminadas a promover su posible recuperación.

Referencias: Héctor Acebrón, “En recuerdo de Cristian Casares”; El Día de Cuenca, 29-07-2002, p. 8 / José María González Muñoz, “En la muerte del singular actor y poeta Cristian Casares”; El Día de Cuenca, 02-08-2992, p. 2 / Florencio Martínez Ruiz, “Cristian Casares: murió el último Goliardo conquense”; El Día de Cuenca, 01-08-2002; p. 20.