CARDONA, Catalina de

Barcelona, 1519 / Casas de Benítez, 11-05-1577

Nacida en el seno de una familia noble (era hija del duque Ramón de Cardona-Anglesola, virrey de Sicilia y Nápoles), de niña fue enviada con su padre a tierras italianas, donde se educó con las monjas capuchinas, hasta que a los 13 años fue desposada con un aristócrata napolitano cuyo nombre se ignora; al enviudar volvió a España acompañando a la princesa de Salerno (1557) y a su muerte en Toledo pasó al servicio de los príncipes de Éboli, por cuya influencia y recomendación pudo entrar en el círculo de la corte para ejercer como aya de los infantes, en especial del que luego sería malogrado príncipe Carlos, hijo de Felipe II. En esta época ya empezó a mostrar una cierta disposición hacia la mortificación personal que acompañaba de algunas visiones de naturaleza espiritual. Pero fue en un viaje a la Alcarria, acompañando a los de Éboli, cuando conoció al padre Piña, un eremita aislado sobre un cerro, cuando Catalina concibió la idea de llevar a cabo una acción similar.

En 1561 abandonó la corte para retirarse a la soledad ermitaña eligiendo para ello una cueva aislada en un paraje semidesértico, en lo que entonces era territorio de Vara de Rey y hoy pertenece a Casas de Benítez, en las proximidades de la aldea de El Carmen. La elección de este lugar se debió a la influencia ejercida por el clérigo Martín Alonso, natural de La Roda, quien hizo de consejero y animador de los propósitos de Catalina de “huir del palacio para hacer penitencia” y, en efecto, localizó un lugar que era “más para madriguera de raposas que para celda de ermitaños” y allí acomodó su residencia, en las condiciones más míseras que es posible imaginar. En ese reducido lugar le acomodaron un espacio como oratorio y otro como habitación y colocaron una puerta de esparto en la entrada de la cueva. Estuvo tres años en retiro, del que salía sólo para ir al convento de Fuensanta, de padres trinitarios, a oír misa, confesar y comulgar, trayecto que en ocasiones hacía de rodillas, ante la admiración popular a medida que iba creciendo y difundiéndose su carácter de santidad. Como suele ocurrir en estos casos, pronto se difundió la existencia de algunos milagros propiciados por Catalina, cuya certeza nunca ha sido admitida por la Iglesia. Con todo ello, se había producido un cambio muy notable en el propósito inicial que la animaba, que era el de vivir en absoluta soledad y penitencia, porque la cueva se había convertido en centro de atención de múltiples peregrinos que acudían a verla o pedirle consejos, lo que parece que la animó a huir del lugar y buscar otro más a propósito con sus deseos, pero lo que en realidad hizo fue edificar un monasterio cerca de la cueva, que decidió encomendar a los carmelitas descalzos para lo que viajó al convento del Carmen descalzo en Pastrana, donde tomó los hábitos y gestionó nuevamente la protección material de los príncipes de Éboli y del propio Felipe II, quien le concedió una tierras en una dehesa de Vara de Rey, próxima al río Júcar (1572). Entre sus gestiones, consta que estuvo en Cuenca, donde logró que el Ayuntamiento le regalara cien pinos para llevar adelante la obra.

Volvió a su cueva en cuyas inmediaciones fundó el convento de carmelitas descalzos con el que se comunicaba a través de una galería subterránea y que utilizaba para abandonar su retiro y asistir a los oficios religiosos. Aunque es contemporánea de Santa Teresa, es interesante señalar que nos encontramos ante dos personalidades que afrontan la renovación religiosa desde posiciones radicalmente diferentes: mientras la santa de Ávila elige la vía del compromiso activo y en comunidad, Catalina de Cardona lo plantea como una exigencia personal, individual, desde la que quiere infundir un espíritu ejemplar y, en efecto, consigue la fama popular como “santa viviente”. No menos curioso, por no decir sorprendente, es que impulsa la formación de un convento carmelita de hombres, no de mujeres, y ella misma viste con frecuencia ropajes masculinos. El convento, titulado de Nuestra Señora del Socorro, se trazó sobre la cueva en que vivía la eremita, por lo que se habilitó otra como residencia y probablemente comenzó la construcción efectiva, tanto del recinto monacal como de la iglesia, pero la fábrica de ambas fue tan endeble que nada queda en pie de ellas.

En esa iglesia permaneció el cuerpo de Catalina de Cardona tras la muerte (1577), hasta que en 1603 los religiosos se trasladaron a Villanueva de la Jara, al convento de la misma orden. Es curioso señalar que todavía hoy, por aquello del patrioterismo local, se quiere trasladar el límite provincial para hacer que la cueva pase a formar parte del término municipal de La Roda (Albacete) cuando se encuentra, antes y ahora, en el de Casas de Benítez.

Referencias: Yasmina Álvarez Delgado María Teresa Marcos Bermejo, Santiago Palomero Plaza, Excavaciones en la cueva de Dª Catalina de Cardona, convento de Nª Sª del Socorro; Noticiario Arqueológico Hispano, núm 22, 1985 / Antonio y Adelaida Cortijo Ocaña, “Vida de la madre Catalina de Cardona por Juan de la Miseria. Un texto hagiográfico desconocido del siglo XVI”. Dicenda, Cuadernos de Filología Hispánica; 2003, núm. 21, pp. 21-34 / Mateo López, Memorias históricas de Cuenca y su obispado. Edición de Ángel González Palencia. II) Cuenca, 1954, p. 212 / Francisco Gómez Canales, Teresa de Jesús y la Cardona. La Voz de Albacete, 16-11-1982 / Manuel González Gisbert, Santa Teresa de Jesús y Cuenca con otros ensayos teresianos. Cuenca, autor, 1982, pp. 140-144 /

Fotografía: Situación actual de la entrada a la cueva de Catalina de Cardona.