Cuenca, 27-09-1909 / Cuenca, 1981
Singular personaje de la posguerra, dotado de una personalidad arrolladora y conflictiva. Según Enrique Domínguez Millán “fue la mejor voz de tenor que se escuchó jamás en Cuenca. Era un bohemio serio, trabajador y moderado, lo contrario de lo que se ha entendido siempre por bohemio”. Funcionario municipal, nadie encontró nunca especiales quejas sobre su comportamiento como servidor público que, sin embargo, al llegar la noche se transformaba por completo para convertirse en un callejero impenitente, solitario, dotado de un impresionante vozarrón con el que clamaba en el desierto, contra esto y aquello, especialmente contra el régimen imperante, rebeldía natural y contumaz a la que añadía una insobornable vocación por el carlismo, a cuyo amparo arremetía contra los falangistas adictos al sistema, de manera que era cuidadosamente apartado de la circulación pública cada vez que se acercaba una fecha o acontecimiento señalado. Podría decirse, desde la óptica propia de los momentos actuales, que Adolfo Bravo ejercía a voz en grito la libertad de expresión, no reconocida desde luego por el franquismo, por lo que era habitual ocupante de una de las celdas de la comisaría de policía, en la que permanecía recluido hasta que pasaba el suceso que justificaba su apartamiento de la vía pública. Nunca fue agresivo ni peligroso y sí provocaba en sus paisanos, una corriente de simpatía que él alentaba prestando su voz a cualquier motivo familiar o social que lo justificara. En especial, su aportación era muy valiosa en citas como el canto del mayo o de villancicos, cuando imponía su estentóreo sonido sobre el más discreto del grupo coral. Domínguez Millán, ya citado, ofrece una imagen muy gráfica de este curioso personaje: “Lo mismo se le podía encontrar discutiendo de todo lo habido y por haber en la taberna de Galo que instruyendo a un coro de niños en la Casa de Beneficencia o sentado en un banco del Parque de San Julián dando de comer a los gorriones y las palomas”. Pero era en la vida nocturna de la ciudad donde Adolfo Bravo encontraba cada día su más singular acomodo y en ese ambiente lo conocí, sorprendido desde mi poca experiencia juvenil a la vez que admirado por su portentosa voz e irreductible genio, siempre airado, nunca violento. Y así lo recuerdo, como “aquél barítono de las noches silenciosas de Cuenca, de habilidoso silbido, que acompañaba a la coral de pájaros saludando al amanecer entre las ramas de los viejos castaños de Aguirre”
Referencias: Luis Calvo, Crónicas de Cuenca, núm. 213, 03-03-2001, p. 27 / Enrique Domínguez Millán, “Tenor de noche”. La Tribuna de Cuenca, 11-11-2017, pp. 30-31.