Bonifacio Alfonso Gómez Fernández
San Sebastián 19‑06‑1933 / San Sebastián 18-12-2011
Pintor, con residencia habitual en Cuenca entre 1967 y 1989 en que se trasladó a París, regresando a España el año siguiente. Huérfano de padre, tras la guerra civil acompañó a su madre al exilio en Francia, volviendo tres años después a Guipúzcoa. Educado en una Casa de Misericordia, desde muy niño tuvo que dedicarse a practicar diferentes oficios. Ayudante de rotulista en una industria de pintura a los 14 años, intenta estudiar en la Escuela de Artes y Oficios, pero se aburre. En Bilbao trabaja en una imprenta industrial y por las tardes pinta. En ese periodo juvenil incluso intenta suerte en el mundo de los toros, actuando como novillero hasta que sufrió una cornada. En la década de los 50 obtiene sus primeros premios: primer premio de acuarela en San Sebastián (1959), tercer premio de carteles en Madrid (1959), primer premio de pintura en San Sebastián (1960).
En 1965 pasa por Cuenca camino de Valencia y le cautiva el aislamiento de la ciudad. En 1967, tras conocer a Zóbel en Bilbao, decide instalarse en la capital conquense donde empieza a trabajar como grabador. Ese conocimiento fue capital: Zóbel visitó el estudio de Bonifacio, una pequeña buhardilla y le compró dos cuadros para el Museo de Arte Abstracto. De ese modo, no sólo el artista vasco vio la posibilidad de abandonar su residencia bilbaína sino que pensó en la conveniencia de dedicarse íntegramente a la pintura. Él mismo lo contó mucho más tarde, en 1988, en una entrevista a la publicación Imagen Vasca, en respuesta a la pregunta tópica de por qué se había arraigado en Cuenca: “Porque las cosas pasan así. Cuando en el año 67 estaba en Bilbao, en la galería Grises, de José Luis Merino, apareció el director del Museo de Cuenca [en realidad, Fernando Zóbel] y vio unas acuarelas. Me dijo que Antonio Lorenzo estaba allí. Como me interesaba aprender la técnica, marché. Después apareció Juana Mordó. Me compró dos cuadros y se los llevó a Madrid. Luego otro dos…”, a lo que hay que añadir la forma de vivir en Cuenca que había entonces, algo fundamental para una persona tan vitalista como Bonifacio: “Además, me gustó Cuenca. Con sus ríos llenos de truchas y mi afición a la pesca con mosca. Todo era fácil para quedarse. Además, la vida era entonces muy barata. Costaba todo como una tercera parte y se vivía mejor que en cualquier otra ciudad”.
Había ya presentado su primera exposición en el Ateneo de San Sebastián, en 1958, continuando luego su trayectoria por ciudades próximas (combinando actividad pictórica con la de músico de jazz), como Bilbao, Burgos, Zaragoza y Valladolid para entrar más tarde abiertamente en todos los circuitos de exposiciones, no solo de España sino de Europa: Paris, Odense, Oslo, Stuggart, Urbino… van jalonando la actividad incansable de Bonifacio que, junto a una posición personal de enorme vitalismo ha ofrecido siempre en gran rigor en el trabajo, a pesar de que su método estaba basado totalmente en el azar y la improvisación pero con una constante obsesión de perfeccionamiento, que le llevaba a hacer, deshacer y rehacer hasta sentirse medianamente (nunca por completo) satisfecho. Lo había dicho muy claro: “Nunca he vivido el placer de la pintura. Para mí es un combate, un conflicto importante. Es como una ceremonia dramática. El cuadro es un objeto que te da vida o te la quita y, al igual que los toros, deja huellas”.
La vinculación de Bonifacio con la galerista Juana Mordó en 1968 marcó la profesionalización del artista y orientó de manera definitiva su forma de trabajar. Según la definición de José Luis Merino, esa obra “de formas dinámicas, es formalmente próxima al expresionismo abstracto y al grupo Cobra, presentando afinidades con artistas como Alechinsky, De Kooning y Roberto Matta”. El trabajo creativo de Bonifacio aparece en formas próximas al tumulto y abigarramiento que acumula entre los límites del cuadro una explosión de sensaciones vinculadas al espíritu apasionado del artista, estructurando espacios geométricos y sugerencias minimalistas que llegan a cubrir todo el espacio disponible, mediante una propuesta de intuiciones y sensaciones. Un trabajo que Cabrera Infante definió como “libre, solitario y quedo”,singular y esquemática manera de concretar la coherencia personal y artística de Bonifacio.
Utiliza como materiales diversos elementos, como lápices blandos, grasos, collages, etc., con los que compone cuadros abigarrados en los que se mezclan figuras, animales y personajes envueltos en un confuso magma simbólico que traduce un universo indefinido, creado de manera singular por la mente del artista. Aparecen ahí también figuras mitológicos y explícitos mensajes de sexo y erotismo. Es un mundo personal, resultado de una imaginación desbordante, en la que fantasmas y obsesiones encuentran en el mundo real el espacio adecuado para que el artista lleve a la plástica sus observaciones vitalistas. En la obra de Bonifacio se puede apreciar perfectamente, como en otros muchos autores, el “horror vacui”, el miedo al vacío que le lleva a cubrir totalmente el espacio del cuadro con figuras, sin dejar apenas huecos blancos o vacíos. Por ello, las superficies están repletas de figuras no estáticas o mudas, sino en pleno dinamismo gestual desde el que lanzan su llamada al espectador.
En Cuenca, Bonifacio Alfonso estableció su estudio en la calle del Trabuco, junto a la carpintería de los Garrote y pronto se convirtió en un elemento indisociable de la parte alta de la ciudad. Vitalista, extrovertido, anárquico, bebedor, amante de la noche y el alcohol pero a la vez trabajador incansable, aprendió a grabar con Antonio Lorenzo y se relacionó directamente con todos los grandes pintores que entonces hicieron de Cuenca un emporio artístico, singularmente con Saura y Zóbel. Junto con la pintura (y la inalterable afición por el mundo del toro) cultivó como una auténtica pasión la entomología y la pesca; ambas le proporcionaron íntimas satisfacciones en sus recorridos por las proximidades de la ciudad. De hecho, los insectos son protagonistas de gran parte de su obra: los capturaba y luego los utilizaba de modelo para sus dibujos, copiándolos con total precisión.
Cuenca es también el ámbito natural responsable de esa curiosa y recurrente afición de Bonifacio por los insectos: “La abstracción y las cosas figurativas me han ido saliendo sin darme cuenta. En la vida diaria hay muchas cosas abstractas, o en las manchas de las paredes. Me interesé por los insectos cuando vivía en Cuenca y los iba recogiendo cuando salía a pescar. Creo que soy mucho mejor pescador de truchas que pintor”.
La obra de Bonifacio mereció siempre juicios considerables de valor, en algunos casos con anotaciones no exentas de apuntes sugerentes sobre unas características realmente singulares. Así, el título “Bonifacio, sucia belleza sublime”, con el que Francisco Calvo Serraller iniciaba su comentario crítico en El País sobre una exposición del artista en la Galería Juana Mordó (1985), o el de “Amados espectros”, con que años más tarde, en 1993, hizo lo mismo Fernando Huici quien, además, insiste en señalar las peculiaridades del ser humano singular: “Hay, ante la figura de Bonfiacio, una contagiosa tendencia a poner el acento en el personaje antes que en la obra o, mejor, a entender que su intempestiva y memorable vitalidad alumbra, mejor que ningún otro argumento, el aliento y sentido de su pintura”.
En una interesante entrevista publicada en El País (04-02-2007) con la firma de F. Samaniego, Bonifacio desvela algunas de las claves que explican su actitud personal ante la pintura, asegurando que, cuando lo hace, se enfrenta al cuadro como si fuera un campo de batalla: “Una pintura es buena cuando en ella hay lucha. La pintura es siempre la gran aventura a vida o muerte, en la que se puede ganar o perder. La pintura no es solo cuestión estética o arte decorativo; es algo que forma parte de la vida, es expresión, es testimonio, es permanencia y mucho amor”.
En 1973, el Museo de Arte Abstracto editó el libro Cuatro orejas y rabo, con dibujos de Bonifacio sobre textos taurinos de Eugenio Noel, Corrochano, Alberti, José María Cossío, Bergamín, Navalón y otros autores. Tres años más tarde, en 1976, Antonio Pérez, Antonio Saura y Fernando Zóbel escribieron Del limbo al laberinto, un lúcido análisis de la obra de Bonifacio.
En octubre de 1993 fue galardonado con el premio nacional de Grabado, en su primera convocatoria. El certamen, organizado por la Calcografía Nacional y la Real Academia de Bellas Artes, tenía una dotación de dos millones de pesetas. «Era la primera vez que me presentaba a un premio, declaró Bonifacio. Lo hice con un aguafuerte en color, elaborado a punta seca y resina». Desde que se inició en esta técnica Bonifacio había preparado varias carpetas monográficas, serigrafías y, en general, toda clase de grabados. Al concurso se habían presentado 404 obras.
En el primer semestre del año 1998 presentó dos magníficas exposiciones en Madrid, confirmando así su escalada en el ranking del prestigio artístico nacional. Otra exposición, en Burgos (abril de 2000) fue saludada desde El País/Babelia como “un acontecimiento, una noticia digna de celebración” porque en la muestra, “se manifiesta una vez más la fuerza expresiva del artista, su capacidad innovadora y el magistral dominio del color, un elemento esencial en su obra”. [08-04-2000, pág. 19]. Comentarios igualmente encomiásticos despertó la exposición promovida en diciembre de 2000 en la Sala García Castañón, de Pamplona, en la que se pudieron ver 23 obras del trabajo más reciente de Bonifacio, que “vive una calculada soledad, en realidad una intermitente soledad creativa que está propiciando la salida de la obra más redonda, sintética y vigorosa de toda su trayectoria”, en juicio de R.B. [El País, 16-12-2000, Babelia p. 19]
El 11 de noviembre de 2005 recibió la medalla de las Artes de la Comunidad de Madrid. En cambio, nunca mereció reconocimiento alguno de la ciudad de Cuenca ni de la Comunidad Autónoma de Castilla-La Mancha. Pese a ello, no llegó a romper del todo sus relaciones ni lazos afectivos con Cuenca, ciudad a la que retornaba periódicamente, para estar, beber y charlar con los amigos, pero también para exponer. Una de esas grandes exposiciones tuvo lugar en julio de 2001 en la Fundación Antonio Pérez. Luego, a finales de ese mismo año, volvió a exponer en la sala Antonio Manchón, de Madrid, su obra más reciente, en la que incluía algunos cuadros inspirados en Cuenca, como “Ulises navegando por el Júcar”, “Paisaje de Beteta”, “Plaza del Trabuco”, etc. Retornó a la Galeria Pilares en agosto de 2007, en una muestra que tuvo mucho de antológica pues aunque buena parte de las pinturas eran recientes, otras muchas respondían a etapas anteriores, sirviendo así para trazar una peculiar línea evolutiva. Ese febrero de 2007, el Círculo de Bellas Artes de Madrid le dedicó una amplia retrospectiva titulada En los campos de batalla,formada por 200 obras desde finales de los sesenta hasta esos momentos, que fue acompañada del documental La cicatriz de la pintura
En Cuenca presentó exposiciones en la Galería Jamete (1977 y 1982), galería El Mirador (1980), Sala Alta (1983, 1985, 1990), Galería Granero (1985), dibujos taurinos en la facultad de Bellas Artes (1987), La Escalera (1998), Galería Pilares (2000 y 2007) y Fundación Antonio Pérez (2001), esta última de carácter antológico bajo el título “Bonifacio en las colecciones conquenses”. A ello hay que añadir como aportación singular el trabajo realizado para diseñar un grupo de las nuevas vidrieras de la catedral de Cuenca. En justa compensación, en noviembre de 2011 el Ayuntamiento acordó poner su nombre a una calle de la barriada de Tiradores. Apenas un par de semanas después de su muerte, la Fundación Antonio Pérez le dedicó una exposición con fondos propios, incluyendo documentación y libros de artista del pintor fallecido. Las cenizas de Bonifacio Alfonso volvieron a Cuenca para ser depositadas el 4 de marzo en el columbario de San Isidro de donde pasaron, el 23 de junio, a su reposo definitivo en el anexo que hace el papel de cementerio de artistas.
Bonifacio desempeñó también una destacada labor como ilustrador y grabador. La Galería Juana Mordó le editó de manera sucesiva las carpetas Insectos (24 aguafuertes), Insectos (10 aguafuertes), Insectos (14 aguafuertes), Sorgiñas (5 serigrafías) y Sorgiñas (2 serigrafías), mientras que Gustavo Gili editó Norberto el Pata y Pitín (5 aguafuertes) e Ives Rivière Recetas de cocina de Ruperto Nola.
Su obra está expuesta de manera permanente en el museo de Arte Abstracto de Cuenca, Seiborg Museum de Dinamarca, British Museum de Londres, Asgerjorn de Paris, Stedelijk de Amsterdam, Centro Nacional Reina Sofía de Madrid, Museo de Bellas Artes de Bilbao, Museo de Arte Moderno de Las Palmas de Gran Canaria..
Fotografía: José Luis Pinós
Referencias: Goliardo, “Boni”, ArtDeCuenca, núm. 4, primavera 2007, pp. 52-53 / F. de Samaniego, “Picasso nos ha jodido a todos”. Entrevista, El País, 04-02-2007, p. 47.