BARRIENTOS, Lope de

Medina del Campo 1382 / Cuenca 30-05-1469

Vigésimonoveno obispo de Cuenca y una de las más extraordinarias personalidades que ha ocupado la silla de san Julián. Estudió artes y teología en Salamanca y entró en la orden de Santo Domingo, profesando en el convento de San Andrés de Medina. Catedrático de prima de Teología en la universidad salmantina (1415), abandonó la cátedra para ser preceptor del príncipe Enrique IV (1434) y luego consejero y confesor de Juan II (1438). En este periodo comienza a desarrollar sus innatas dotes diplomáticas, poniendo su habilidad a disposición del monarca para librarle de continuas intrigas promovidas por la poderosa nobleza castellana. Consagrado obispo de Segovia (1438), cambió esta sede por la de Ávila con Juan de Cervantes (1441). Antes, en 1440, celebró un sínodo diocesano de enorme importancia, en Turégano, en el que presentó su Instrucción Synodal para la formación correcta de sus clérigos en el terreno pastoral y en el teológico. Hombre confianza del rey, éste le nombró canciller mayor, pero enfrentado abiertamente con el marqués de Villa estimó prudente alejarse de la corte y volver al territorio eclesiástico. En 1444 rechazó el obispado de Santiago y aceptó el de Cuenca, para el que fue promovido el 12 de agosto. En la ciudad fundó el hospital de San Sebastián, situado en las inmediaciones de la calle de Santa Lucía, en el solar que luego ocupó el convento de bernardas y también ordenó construir la ermita de San Sebastián, en el campo de San Francisco. A Cuenca trajo Barrientos su ya conocida actitud política que, entre otros matices, representaba una lealtad absoluta a la figura del débil rey Juan II y, en cierta forma también, a don Álvaro de Luna, el condestable erigido en auténtico gobernante de Castilla. Formando parte de las tropas castellanas, ambos habían intervenido en la victoriosa batalla de Olmedo sobre navarros y aragoneses (1445), y luego, ya obispo, defendió la ciudad de Cuenca del ataque de éstos.

En efecto, la familia Hurtado de Mendoza, que ejercía la misión de ser Guardas Mayores de la ciudad, habían estado en aquella batalla frente a don Álvaro y junto a los aragoneses, enemistad visceral que ahora se trasladaba al nuevo obispo, que entre sus misiones pastorales traía otra de fuerte calado político: controlar a los Hurtado de Mendoza. El episodio, sucedido en los años 1447 a 1449, refleja perfectamente el brioso carácter de Barrientos, que intentó en primera instancia alejar de Cuenca al Guarda Mayor, Diego Hurtado de Mendoza y sus partidarios, pero éste en realidad, tras hacer un primer amago de obediencia, envió a su hijo Juan a reclamar la ayuda de sus aliados, los reyes de Navarra y Aragón, que vieron una buena oportunidad de ampliar sus respectivos territorios a costa de Castilla. Entraron, efectivamente, desde Albarracín por Huélamo, poniendo sitio a la ciudad de Cuenca, con una serie de altibajos que por fin culminaron en 1449 en un intento de asalto, que contó con la firme oposición del obispo Barrientos, auténtico organizador de las tropas conquenses. A la muerte de Álvaro de Luna (1453) se convierte en la primera figura política castellana; Enrique IV le nombró canciller mayor del reino, dignidad que ejerció con autoridad dentro de los habituales conflictos que marcan el complicado siglo hasta la llegada de los Reyes Católicos. Finalmente, cansando de peleas de todo tipo, decidió retirarse a su obispado, en el que ocupó los últimos años de su vida regulando con notable acierto el funcionamiento de la actividad diocesana, además de constituir en Ávila un mayorazgo para asegurar la fortuna de su hijo Pedro.

Este hombre culto y atrevido, cortesano e inteligente, preludia en Castilla y en Cuenca el humanismo renacentista que se aproxima y que él cultivó, como hombre de letras, dejando su impronta personal en títulos como Tractado de la Divinança, Tractado de Caso y Fortuna, Tractado del dormir, en los que combate el ocultismo, la brujería y la adivinación, además de una Refundición de la crónica de Juan II, manteniendo en todas ellas una firme línea de ortodoxia doctrinal. Poseedor de amplia cultura y sólida preparación teológica, fue también un predicador famoso y participó con elocuencia en la disputa de la época en favor de los conversos procedentes del judaísmo, expulsados de las gestiones municipales en Castilla tras la revuelta sucedida en Toledo en 1449.

A Lope de Barrientos le cupo el triste honor de ser el responsable de la hoguera en que perecieron los libros del nigromante Enrique de Villena. Había sido una orden de Juan II, antes de ser obispo y según parece Barrientos no fue muy riguroso en su trabajo, enviando al fuego los que le pareció, quedándose con el resto. Esta escena fue genialmente recreada por Cervantes en el capítulo 6 de la primera parte del Quijote, cuando el caballero regresa su pueblo después de la primera salida en busca de aventuras y sus amigos, el licenciado y el cura, organizan un expurgo de su biblioteca para eliminar los que ellos consideran libros perjudiciales para la salud mental del protagonista.

Durante el gobierno de Lope de Barrientos se iniciaron las obras de la girola de la catedral de Cuenca y se puso en ella el retablo mayor que pervivió hasta que en el siglo XVIII se construyó el actual transparente, trasladándose el anterior a la iglesia de San Pablo. También propició la erección en colegiata de la parroquia de san Bartolomé, en Belmonte (1460).

El obispo Barrientos fundó en su ciudad natal, Medina del Campo, el hospital de Nuestra Señora de la Piedad y en Cuenca, el hospital de San Sebastián, donde se instalaron posteriormente las monjas bernardas trasladadas a la capital desde Moya.

Tuvo un hijo bastardo, Pedro del Águila, que reconoció poco antes de morir por lo que entonces tomó el apellido Barrientos y a quien casó con María de Mendoza, familiar del rey Enrique IV.

Al morir, fue sepultado inicialmente en la capilla mayor de la catedral de Cuenca, desde la que fue trasladado al panteón familiar en Medina del Campo. Allí se le erigió un monumento funerario, con una escultura en alabastro, obra ciertamente magnífica, original del escultor Hanequín de Bruselas. Posteriormente, el hospital fue agregado al patronato de Simón Ruiz (1864), famoso mercader medieval desde donde finalmente fue trasladada al Museo de las Ferias, donde ahora puede admirarse esta excepcional obra escultórica.

Lope de Barrientos fue, además, una destacada figura en el ámbito de las letras, capítulo que se puede encontrar en https://olcades.es/diccionario-de-escritores/

Bibliografía: L.G. Alonso Getino, Vida y obras de Fr. Lope de Barrientos; Salamanca, 1927; Calatrava / Paloma Cuenca Muñoz, El Tractado de la Divinança”, de Lope de Barrientos; Cuenca, 1994, Instituto Juan de Valdés / A. Martínez Casado, Lope de Barrientos, un intelectual en la corte de Juan II; Salamanca, 1944, Editorial San Esteban / M.P. Rábade Obrado, “Una aproximación a la cancillería episcopal de Fray Lope de Barrientos, Obispo de Cuenca”, en Espacio, Tiempo y Forma, serie III, Historia Medieval, 7, 1994, pp. 1911-204 / M. Sánchez Marino y M. Úbeda Parkiss, “Lope de Barrientos y Enrique de Villena” en Trabajos de la Cátedra de la Historia de la Medicina, núm. 7, 1936, pp. 321-348 /

Fotrografía: Escultura de Lope de Barrientos en el Museo de las Ferias, Medina del Campo.