ASÍ NACIÓ EL PARQUE DE SAN JULIÁN

ASÍ NACIÓ EL PARQUE DE SAN JULIÁN

Jaime Rodríguez Laguía

Cuenca, 2015. Ediciones Olcades, 175 pp.

            Situado en el centro urbano de Cuenca, el que nació llamándose Parque de Canalejas para recibir, después de la guerra civil, el que habría de ser título definitivo, Parque de San Julián, en el elemento de referencia esencial para explicar la estructuración del que hoy sigue siendo el centro urbano de la ciudad, además de haber desempeñado, durante casi un siglo, una circunstancia de importancia esencial para articular la convivencia colectiva, un aspecto este último hoy un tanto decaído, en la medida en que nuevas costumbres han ido desplazando hacia otros intereses el secular entretenimiento de ir a pasar un rato al parque o acudir a oír los conciertos de la Banda de Música.

            Surgido en una ciudad envuelta por la naturaleza pero que hasta ese momento (comienzos del siglo XX) había descuidado por completo aportar al conjunto urbano un espacio ajardinado, como desde mucho tiempo antes venía siendo cosa habitual en cualquier ciudad del ámbito europeo, y ello con el hecho ciertamente paradójico y desconcertante de haber eliminado el único que existía, La Glorieta, espacio que fue usurpado para construir en él el Palacio de la Diputación, sin que la siempre apática sociedad conquense acertara en aquel momento a plantear ningún tipo de quejo u oposición. Simplemente, algunos se lamentaron.

            Nostalgias aparte, lo cierto es que el nuevo jardín, llamado desde el comienzo parque, aunque ciertamente sus pequeñas dimensiones y escasa dotación arbórea no encajan en esa definición, se ganó en seguida el cariño y la simpatía de los conquenses, que en seguida empezaron a utilizarlo de manera habitual, tanto los niños como los adultos. Un Ayuntamiento entonces sensible y cuidadoso lo adornó con magníficas esculturas de Marco Pérez (otro Ayuntamiento, moderno e insensible, cortó de raíz una de ellas para llevarla inapropiadamente al Museo de la Semana Santa) a lo que añadió no mucho más tarde un elegante quiosco destinado a los conciertos de la Banda de Música.

            Todo ello y mucho más es lo que se cuenta en este libro, en el que su autor, Jaime Rodríguez Laguía, ha seguido la crónica histórica de aquellos acontecimientos que se fueron encadenando para concluir dando forma al parque de San Julián, relato cronológico que adereza con abundantes pinceladas sobre la vida conquense de la época dando así forma a una amplia visión panorámica en torno a un ambiente, una sociología, un carácter, el de una ciudad acomodada en su tranquilo devenir cotidiano, donde van creciendo y desarrollándose preocupaciones domésticas muy alejadas del torbellino de la política nacional, la guerra que entonces ensangrentaba Europa, las crisis de identidad e ideología y todo aquello que caracteriza la primera parte del siglo XX.

            La Fiesta del Árbol, la Biblioteca pública instalada en la planta baja del quiosco de la música, los juegos infantiles, la dotación arbórea y floral y otros detalles similares se complementan con un cuadro cronológico de sucesos locales y una curiosa colección de anuncios publicitarios de la época.