ALFONSO VIII

Soria, 11-11-1155 / Gutierre Muñoz (Ávila), 05-10-1214

El príncipe Alfonso, hijo de Sancho III sucedió a su padre cuando sólo tenía tres años, siendo entonces el IX rey de este nombre en la lista de los de Castilla. Creció bajo la tutela de su madre, pero teniendo como tutor efectivo a Gutierre Fernández de Castro, designación que provocó las iras de otro noble caballero, Manrique de Lara, que reclamó para sí tal derecho. Laras y Castros dieron lugar, a partir de ese momento, a una sucesión de feroces enfrentamientos, que convirtieron la minoría de edad del rey en un infierno, incluso con peligro de su propia vida. Muchos años después, las Cortes anularían la mención al rey Alfonso I el Batallador, de León, que por su matrimonio con Urraca fue considerado también rey de Castilla, con el título de Alfonso VIII, de modo que quienes estaban en la lista subieron un puesto y de esa manera Alfonso pasó de ser el IX al VIII.

Tenía el joven rey 14 años cuando decidió, al parecer en ejercicio de su propia voluntad, asumir de manera efectiva el gobierno del reino. Ordenó reunir a las Cortes en Burgos, en 1170 y obtuvo de los procuradores su proclamación e inmediatamente, en la misma asamblea, decidió contraer matrimonio con la princesa Leonor de Plantagenet, hija de Enrique II de Inglaterra, elección que mantuvo con firmeza, a pesar de la oposición del Papa. Estos datos nos dibujan ya, con profunda nitidez, un carácter decidido y fuerte en Alfonso, consciente de su propia autoridad para adoptar decisiones y una notable capacidad para emprender iniciativas, consiguiendo la aprobación de las Cortes castellanas en apoyo de sus propósitos y manteniéndolos pese a las reservas papales. Notas todas ellas que definirán el sentido del largo reinado (44 años) iniciado entonces.

De manera sistemática, el joven rey puso orden en el interior del reino, empezando por controlar a la nobleza, recuperó las plazas fuertes que unos y otros le habían arrebatado, concertó alianzas con sus vecinos y, finalmente, emprendió la continuación de la Reconquista, que en la práctica estaba detenida donde la dejó su abuelo Alfonso VI, esto es, en el Tajo. Fue precisamente ante las murallas de Huete, primero (1172) y las de Cuenca de inmediato (1177), donde el rey castellano tuvo ocasión de medir por primera vez sus fuerzas con los almohades, consolidando ya por completo la pertenencia a la corona de las dos importantes plazas situadas en la que hoy es provincia de Cuenca.

La conquista de la ciudad de Cuenca, la primera gran satisfacción recibida por el nuevo rey de Castilla, se reflejó en una serie de importantísimas decisiones encaminadas a asentar la población, poner término rápido a la ocupación musulmana y promover el desarrollo de una ciudad de espíritu castellano. Lo primero que se hizo tras la conquista fue una procesión durante la cual el obispo de Osma consagró la mezquita como nueva iglesia que serviría de base para la posterior erección de la catedral, para lo cual trasladó varios canónigos de su diócesis. El rey otorgó a Cuenca el título de ciudad, le concedió considerables privilegios, especialmente en cuanto a las dimensiones y naturaleza del territorio y a los pocos años la hizo cabeza de un nuevo obispado que debía integrar los antiguos de Valeria y Ercávica.

En Cuenca quedó establecida la corte, con la reina Leonor al frente, al menos durante el largo periodo comprendido entre la conquista y la derrota de Alarcos (1177-1195), en el que se incluye el momento del nacimiento del infante Fernando, llamado a ser el heredero de la corona, etapa en la que fue importantísima la actividad desplegada por la reina Leonor, al asumir la vertiente cultural, religiosa y artística que habría de dar forma a la nueva ciudad castellana. Mientras, Alfonso, al frente de un aguerrido ejército, continuó sus avances hacia el sur, incorporando las tierras de la Mancha que hoy son provincia de Cuenca, tras asaltar el bastión de Alarcón, camino en el que encontró una amarga derrota en Alarcos (1195) seguida de una histórica y definitiva victoria (Las Navas de Tolosa, 1212) que ponía la Reconquista a las puertas de Andalucía.

Murió a los 58 años de edad, en el pueblo abulense de Gutierre Muñoz, aquejado de unas fiebres malignas, cuando se dirigía a Plasencia para reunirse con su yerno, Alfonso II de Portugal. Fue sepultado en el monasterio de Las Huelgas, donde pocos meses después se le unió también la reina Leonor. Había reinado en Castilla la friolera de 53 años.

En el Códice IX de las Huelgas, se recoge el lamento Rex oblit (El rey ha muerto), una triste y hermosa melodía gregoriana:

El rey ha muerto y la gloria de Castilla se desvanece.

Alfonso es llevado hacia la gloria del cielo

La fuente de distribuir riquezas se seca y muere.

Aquel por cuyas manos fluyeron mares de generosidad

se dirige hacia los cielos.

Bibliografía: Julio González, El reino de Castilla en la época de Alfonso VIII. Madrid, 1960. Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Escuela de Estudios Medievales, 3 vols. / Gonzalo Martínez Díez, Alfonso VIII, rey de Castilla y Toledo (1158-1214). Burgos, 1995; 334 pp. / Marqués de Mondéjar, Memorias históricas de la vida y acciones del rey D. Alonso el Noble, octavo de este nombre; Madrid, 1783, Imprenta de Antonio Sancha / Jesús de las Heras, Alfonso el de las Navas. Madrid, 2012; Edaf / Antonio Herrera García, “Orientación bibliográfica sobre la conquista y fueros conquenses”. Revista Cuenca, número 11, primer semestre 1977, s.p. / Varios autores, Cuenca y su territorio en la Edad Media. Madrid, 1982; CSIC.

Fotografía: Alfonso VIII, en una miniatura medieval