ANDRÉS HURTADO DE MENDOZA Y CABRERA BOBADILLA
Cuenca, 1490 / Lima, 14-09-1560
Segundo marqués de Cañete, hijo de Diego Hurtado de Mendoza y de Isabel de Cabrera y Bobadilla, fue Guarda Mayor de Cuenca y montero mayor del rey. En su juventud, acompañó a Carlos I en sus aventuras guerreras por los campos de Europa (Flandes, Alemania) y África (Túnez, Argelia), alcanzando una sólida experiencia en cuestiones bélicas. En 1555, el emperador le nombró virrey de Perú, capitán general del Ejército y presidente de la Real Audiencia de Lima, saliendo del puerto de Sanlúcar de Barrameda el 15 de octubre para llegar primero a Panamá desde continuó viaje hacia su territorio, entrando el 29 de junio de 1556 en la Ciudad de los Reyes, Lima, para encontrar una de las típicas situaciones de explotación provocadas por la rapiña de los colonizadores españoles y una situación de desgobierno heredada del anterior virrey, Antonio de Mendoza, lo que le animó a emprender una eficaz política de regeneración. Ordenó la detención de muchos de los encomenderos e incluso alguno pagó en la horca la brutalidad de su explotación sobre los indígenas. Los cronistas dan cuenta de que el nuevo virrey se aplicó con energía a pacificar y ordenar el país, encarcelando a lo que podemos imaginar como una auténtica banda de explotadores de indígenas, de los que 37 de ellos fueron desterrados a España.
Convencido de la necesidad de dar ocupación a los numerosos aventureros sin escrúpulos que ocupaban el territorio impulsó diversas empresas colonizadoras hacia diferentes lugares de América del Sur, encabezó en Panamá una feroz represión para dominar una revuelta de negros de la zona y envió a Julián González Altamirano a poner orden en varios territorios del virreinato y a su propio hijo, García, a pacificar el revuelto Chile, donde se estaban produciendo feroces enfrentamientos entre los bandos encabezados por Aguirre y Villagrán. La expedición salió de El Callao el 9 de enero de 1557 y el éxito acompañó inicialmente la tarea, si bien no fue posible acabar con la rebeldía de los araucanos.
Esta política militar fue seguida de otra repobladora hacia el este del territorio, llegando a la selva amazónica y a la cuenca del Plata, que cristalizó en las fundaciones de Santa María de la Parrilla en la desembocadura del río Santa (1555), Santa María de Cañete (1556, San Miguel de la Rivera, actual Camaná (1557), Valladolid (1557), Santa Ana de los Ríos de Cuenca, actual Cuenca del Ecuador (1557), Santa María de Nieva (1558) y Nueva Baeza del Espíritu Santo (1559). Su hijo García llevó a cabo las fundaciones de Cañete de la Frontera, Osorno y Ángel de los Infantes en el actual espacio de la República Argentina tarea que culminó con la fundación de Mendoza, a la que aplicó su propio apellido (1561).
El virrey fomentó las expediciones de investigación por distintas zonas del continente, entre ellas, por ser la más famosa, la de Pedro de Ursúa en busca del mítico El Dorado. Para reforzar su propia autoridad (y, en definitiva, la del cargo de virrey) dio forma a una escolta personal formada por compañías de arcabuceros y lanceros. Por otro lado, dictó normas para mejorar la administración del territorio, entre ellas las que definían las funciones de oidores y corregidores y estableció ordenanzas municipales, fomentó la agricultura, introduciendo en Perú cultivos como la vid y el olivo e impulsó la implantación de centros educativos para la alfabetización de los indígenas además de dotar generosamente a la entonces joven Universidad de Lima. Una de las medidas más importantes de este periodo fue la creación del Consejo de Hacienda (1556) con el encargo de canalizar de manera adecuado las rentas generadas en favor de la corona. En su afán por pacificar el territorio, logró un acuerdo con el príncipe de los incas, Sayri-Tupac, al que ofreció una respetable renta y un señorío a cambio de renunciar al trono. En el tramo final de su gobierno fueron descubiertas las minas de azogue de Huancavélica, que en el futuro serían una importante fuente de ingresos para la corona.
Los cronistas de Indias coinciden en valorar la personalidad política y humanitaria de Andrés Hurtado de Mendoza y la inteligencia que aplicó al complicado problema de una colonización justa, materia siempre sujeta a ambiciones personales. Impulsó el reconocimiento de la dignidad que correspondía a los indígenas. Intentó controlar algunas costumbres ancestrales de los indios, como el consumo de chicha, con resultado poco satisfactorio.
Personaje contradictorio (combinó con acierto la milicia, la política y la poesía), símbolo, sin duda, del conflictivo tiempo en que le tocó vivir, fue admirado tanto como denigrado. En el aspecto negativo, los cronistas señalan su carácter fuerte y despótico, lo que generó entre sus propios funcionarios acusaciones de abusos. Pese a ello, el emperador Carlos, que lo conocía bien en méritos y defectos, lo mantuvo en el virreinato ajeno a insidias y rumores. La llegada al trono de Felipe II cambió el viento de Hurtado de Mendoza, que vio cómo las quejas de sus enemigos encontraban acogida en el nuevo rey que, sin más averiguaciones, decretó su destitución en 1560. Dicen que el virrey no pudo soportar el dolor de la injusticia y de ello murió en marzo del año siguiente. Fue enterrado en la iglesia de San Francisco, de Lima y posteriormente trasladados sus restos a Cuenca, donde se encuentran sepultados, en la Capilla del Espíritu Santo de la catedral.
Referencias: José María Álvarez y Martínez del Peral, “Conquenses Ilustres”. El Día de Cuenca, 10-04-1928 / José Antonio del Busto, Los trece de la fama. Fundadores de ciudades en el Perú (siglo XVI). Lima, 2011; Editora El Comercio / L. Hanke, Los virreyes españoles en América durante el gobierno de la Casa de Austria. Madrid, 1978, Ediciones Atlas, tomo I, pp. 41-53 / Carlos Huerta, Cronología de la conquista de los reinos del Perú (524-1572(. Lima, 2013 / Juan Pablo Mártir Rizo, Historia de la muy noble y muy leal ciudad de Cuenca. Madrid, 1629; p. 225.