De siempre, esto es, desde que tengo conocimiento acerca de los no pocos curiosos ingredientes de esta provincia, he sentido una singular atracción por el Campichuelo, empezando por ese título, tan singular, que sintetiza, como también en algunos otros lugares, una explícita vocación por la humildad, entendida como deseo de no mostrar de manera ostentosa los méritos intrínsecos de la comarca. Es, sin duda alguna -y los naturales de por aquí seguro que poseen argumentos sobrados para confirmarlo- vocablo inequívocamente conquense pero, maravillas de la filología, el Diccionario de la Academia se lo atribuye a Argentina, ignorando su presencia en estas tierras de Cuenca, a caballo entre la Serranía y la Alcarria. “Campo pequeño abierto y cubierto de hierba”, dice el repertorio académico, sin que doña María Moliner corrija ni añada ni una coma a esa definición aplicada a aquellas lejanas tierras al otro lado del mar océano.
    Matices lingüisticos aparte, materia que siempre suele dar mucho juego, el Campichuelo de Cuenca es una zona geográfica y cultural muy bien definida, un auténtico microclima social conservado durante siglos y aún ahora, a pesar de que los avances de los tiempos, cosa bien conocida, eliminan abiertamente límites y distinciones para igualarnos cada vez más a todos. Una docena de pequeños pueblos, desde Mariana a La Frontera, surgidos todos durante el periodo de la repoblación cristiana tras la conquista de Cuenca forman como un rosario de enclaves humanos vinculados a la tierra, aprovechando colinas y vaguadas para organizar los mínimos recintos urbanos en que sus gentes mantienen viva la existencia. La capital provincial, dueña y señora del poder administrativo, los mantuvo sujetos como aldeas hasta que avanzando el siglo XIX empezaron a fluir aromas de libertad y autonomía municipal y cada uno de estos pueblos empezó a buscarse un horizonte propio de la mejor manera posible.
   En el centro de ese rosario está Torrecilla, otro diminutivo que debió hacer referencia lógica inicial a lo que el nombre indica, aunque nada parecido a una torre permanece en pie por aquí. Es un pueblo de clásica estructura lineal, con dos filas de casas a ambos lados de la carretera que cruza por el centro de la población, con algunas viviendas aisladas diseminadas por los alrededores. No es temerario afirmar que se trata de un pueblo de una muy interesante tipología urbanística popular, a pesar de que las rehabilitaciones y nuevas viviendas están destruyendo ese carácter, como viene sucediendo en todas partes, sin que sirva de nada lamentar lo que es inexorable ley de vida. En lo alto del pequeño cerro que domina el lugar está la iglesia, completamente exenta, sin que cerca de ella haya ninguna vivienda, salvo la casa definitiva de los muertos, adosada a la fachada posterior del templo.
   Sobre el maravilloso, encantador, románico del Campichuelo conquense han escrito bastantes cosas, seguramente nunca suficientes para llamar la atención de curiosos, estudiosos y viajeros en general que deberían sentirse atraídos por estos lugares. De los variados ejemplos repartidos por la zona, la iglesia de Torrecilla es, para mi gusto y afición, la más interesante, no solo por sus elementos artísticos propios sino por la extraordinaria ubicación que posee, allá arriba, oteando con orgullo y sabiduría los extensos campos diseminados en la lejanía; a su lado, en la parte trasera, el cementerio del lugar parece haberse acomodado a la protección religiosa como si de esa forma pudiera garantizarse el bienestar eterno. La sencilla, algo deteriorada portada, de gran belleza, con estructura abocinada y arcos que apuntan ya la ojiva gótica, mantiene los capiteles con señales de las formas vegetales originales. Conserva una cornisa de canecillos recorriendo la parte superior, bajo la cubierta, que es de tejas a dos aguas. Hay una espadaña de dos ojos en el piecero y en la parte contraria un ábside semicircular, reconstruido modernamente, en el ámbito de una intervención encargada de corregir algunos desmanes ocasionados por las circunstancias desdichadas que de vez en cuando sacuden este país (en la fachada, una placa resiste impávida los requerimientos de la ley de Memoria Histórica). Una pequeña joya, esta iglesia de Torrecilla, silenciosa y solitaria en el corazón del Campichuelo.

Cómo llegar

    Torrecilla se encuentra en la carretera provincial CUV 9116, que tiene su origen en la autonómica CM 2105, dirección Tragacete, a la altura del Ventorro Chafé.


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