NICOLÁS DE TOLENTINO

Nicolás de Peralta y Quincoces

Castillo de Garcimuñoz, ¿? / Morea (Grecia), 1538

Hijo de Juan de Peralta y de Bernardina de Quincones, ingresó en el convento agustino de su villa natal pasando luego a seguir estudios en el de Salamanca (1525) cuando era prior santo Tomás de Villanueva y profesó el 26 de enero de 1526, adoptando entonces el nombre con que se le conoce y que se refiere a un santo agustino

muerto en 1305. Como ocurría con muchos miembros de la orden, que elegían servir en misiones, él también lo hizo, pero no en América, sino en el Norte de África, alistándose como como capellán en los ejércitos desplegados por el rey Carlos I. Se conocen pocos datos de su vida, hasta llegar al momento del martirio, que tuvo lugar en 1554, cuando ejercía de capellán de las tropas imperiales españolas en aquel territorio, en unos momentos en que se había organizado una Liga Católica, en coalición con el Papa y Venecia, para combatir a los turcos que se habían apoderado de varias zonas de la costa mediterránea. Siguiendo los avatares de la guerra, fray Nicolás de Toletino fue trasladado a las costas griegas donde el ejército imperial se había apoderado de dos fortalezas en la costa dálmata, donde se producían constantes enfrentamientos entre ambos bandos. Era frecuente la presencia del monje agustino, convencido de que participaba en una auténtica cruzada, animando a los soldados españoles crucifijo en mano. En una operación militar fue capturado por el ejército turco y sometido a un cruel castigo físico, mediante la desmembración progresiva de su cuerpo. El relato aparece recogido en varias crónicas de la orden agustina, especialmente en

 Crónica de la Orden de los Ermitaños del glorioso Padre Sancto Augustín, de Jerónimo Román. El historiador Teófilo Viñas señala que “llama particularmente la atención la descripción que hace del fervor religioso y patriótico de fray Nicolás, así como el éxito de sus arengas a los soldados, hasta caer un día en manos de los enemigos, para terminar ponderando el heroísmo en medio de los terribles tormentos a que fue sometido. El pasaje perdería su encanto si no se citase literalmente: “Tantas cosas les decía y tan bien dichas que jamás volvieron (los soldados) el rostro a ningún trabajo ni peligro que se les ofreciese. Los turcos pérfidos consideraban que todas las veces que aquel Fraile iba con los soldados españoles siempre iban vencidos. Por lo cual determinaron volver las armas contra el Fraile, pareciéndoles que si aquél era vencido y muerto no temerían a los enemigos; y así como lo imaginaron lo pusieron por obra; y buscando coyuntura lo tomaron en compañía de unos soldados descuidadamente; y como fuesen pocos, no pudieron defenderse a sí ni al Religioso. Así, los unos huyeron, los otros por se defender murieron”.

Referencias: José María Álvarez Martínez del Peral, “Conquenses Ilustres”. El Día de Cuenca, 16-09-1928 / Teeófilo Viñas Román, Diccionario Biográfico Español, Real Academia de la Historia.