Cuenca, 29-09-1535 / Madrid, 12-10-1600
Teólogo jesuita, uno de los mayores expertos en esta especialidad y una de las figuras más destacadas del pensamiento español de los siglos de oro, autor de varias obras de excepcional importancia en el siempre complicado camino de establecer los principios sobre los que se asienta nuestro mundo, el actual, simbiosis de orden y libertad. El contenido y el sentido de esta obra ingente fueron analizados de una manera ejemplar en la notable tesis doctoral de Manuel Fraga Iribarne.
Hijo de Diego de Orejón y Muela y de Ana García Molina, miembros del cabildo de san Miguel, familia acomodada en la sociedad conquense, en la ciudad aprendió Gramática y Humanidad durante cuatro años, Jurisprudencia en Salamanca (1551-1552)y Súmulas, la lógica escolástica, en Alcalá (1553). Fue en la ciudad complutense donde descubrirá a la Compañía de Jesús, en la que ingresó pasando a Portugal “a pie y mendigando” como era preceptivo en la severa orden ignaciana, para arraigar como novicio (1553) en Coimbra. La elección de esta ciudad no era casual, sino que respondía a los intentos de renovación del sistema educativo de la Orden que en esos momentos se estaba poniendo en marcha y que se aplicaron por primera vez al noviciado precisamente ese año, en la ciudad portuguesa. En ella realizó Molina los estudios de Filosofía con Sebastián Morais durante el periodo 1554-1558 y de Teología los cuatro años siguientes, con Martín Ledesma, Jorge Serrano y Marco Jorge, todo ello en el Colegio Real, cuya gestión estaba encomendada a los jesuitas, época que coincide con su ordenación sacerdotal. En Évora estuvo a partir de 1563 para preparar y obtener el doctorado, para dedicarse en seguida a la docencia en esa misma universidad. Beatriz Sosa divide la actividad docente de Molina en tres periodos: “el de inicio o conimbricense; en segundo lugar, el evorense, que es en realidad el de más relevancia, ya que fue cuando el jesuita elaboró el material que posteriormente publicaría para dar a la luz sus obras; y, por último, su efímera dedicación a la docencia en Madrid”.
El 8 de noviembre de 1563 el teólogo conquense está ya entregado a la enseñanza en Coimbra, teniendo a su cargo el primer grado de filosofía, en el que permaneció hasta 1568 para trasladarse a Évora, al frente de la cátedra de Vísperas, que desempeñó durante años que fueron de extraordinaria importancia para la acumulación de materiales y notas que le sirvieron para estructurar su doctrina y afianzar las ideas que la sustentarían. Tras obtener el grado de doctor en Sagrada Teología (1571), ocupó la cátedra de Prima, que desempeñó hasta 1584.
En junio de 1583, aquejado de algunos problemas de salud, abandona la enseñanza en Portugal y regresa a España para dar forma a sus proyectos y preparar la publicación de la obra durante tanto tiempo elaborada. Para esa tarea, y tras una breve estancia en Lisboa, regresa a su ciudad natal, Cuenca, donde reside a partir de 1591 y en la que da forma a la parte capital de su obra literaria. De ella salió en abril de 1600 para ocupar otra vez un puesto docente en Madrid, en el Colegio Imperial, como profesor de Moral, obedeciendo así la orden que le había dado su superior en la Compañía. Parece que este último periodo de su vida no fue satisfactorio para Molina, que a su delicado estado de salud unió la tensión derivada de un ritmo de vida que no le resultaba grato, incrementando sus preocupaciones por la obligación de atender la cátedra además de seguir escribiendo. Todo ello le condujo finalmente a la muerte, en octubre del último año del siglo XVII. Más tarde sus restos fueron depositados en la nueva iglesia del Colegio de la Compañía.
El primer libro al que dio forma Molina fue el titulado Commentaria in primam partem S. Thomas, que encontró problemas con la censura interna de la Compañía de Jesús, aunque no los tuvo con la Inquisición, que en este caso fue tolerante. Permanecía sin publicar esta obra cuando en 1588 sí consiguió hacerlo, en Lisboa, con su Concordia liberi arbitrii cum gratiae donis, divina praescencia, providentia, praedestinatione et reprobatione. La publicación de su Concordia sirvió para que se organizara una formidable disputa al máximo nivel intelectual y religioso, entre los jesuitas y los dominicos, estos siempre más conservadores que aquellos hasta el punto de que pretendieron incluir el libro en el índice los prohibidos. Entre sus propios compañeros jesuitas, algunos consideraron las teorías de Molina excesivamente “novedosas” al salirse de los esquemas tradicionales heredados de la escolástica, lo que dad idea de la fuerza de uno de los rasgos que distinguieron al teólogo conquense, su libertar de pensamiento y sentido innovador. La intervención personal del papa Clemente VIII puso fin a la disputa, cuando se estaba enconando más de lo prudente, con la consecuencia de que Luis de Molina volvió a su ciudad natal, donde vivió ocho años.
Fue en Cuenca cuando pudo ver al fin publicados los Comentarios sobre Santo Tomás, a lo que se añadió en seguida la impresión, igualmente en Cuenca, de los tres primeros volúmenes de la que habría de ser la gran obra jurídica del autor, De iustitia et iure (conocida generalmente como “La justicia y el derecho”), que sin embargo no llegaría a ver completa, ya que los siguientes tres tomos se imprimieron después de su muerte. Luis de Molina falleció en 1600 cuando sus superiores le habían llamado a Madrid para ocupar una cátedra de Teología Moral en el Colegio Imperial.
La vida, pero sobre todo la obra y la doctrina de Luis de Molina han sido estudiadas repetidamente por autores a lo largo del tiempo transcurrido desde su muerte. Interés universal que contrasta, como en tantas otras ocasiones, con el absoluto desinterés existente en su ciudad natal, poco llamada a recordar y enaltecer a sus hijos más ilustres como lo demuestra el hecho de que el Ayuntamiento nunca haya tenido tiempo ni ganas de dedicarle una calle. Rabeneck, Stegmuller, Jerónimo Nadal, Manuel Fraga Iribarne (que dedicó a Molina su tesis doctoral), Marcelino Menéndez Pelayo, José Luis Abellán, Begoña Eugenia Sosa, son algunos de los intelectuales que han prestado atención a Molina.
La tarea doctrinal del teólogo conquense viene a ser uno de los elementos capitales en la severa disputa protagonizada por jesuitas y dominicos en el conflictivo marco intelectual y religioso del siglo XVI que es preciso situar a su vez en el contexto de las disputas internas de la Iglesia Católica por definir un nuevo sentido a las cuestiones relativas a la fe y la moral, ante las exigencias de un mundo moderno marcado por la influencia estética del Renacimiento y el avance de la rebelión protestante.
Nos encontramos ante una de las más profundas crisis vividas por el cristianismo, que derivaría en el gran cisma latente hasta hoy. En el fondo del problema, y junto a cuestiones meramente formales vinculadas al culto externo, se encuentran los grandes asuntos de la fe, el dogma y la moral, vinculados con el de la predestinación y la libertad del hombre para elegir en cada momento su camino. En ese ámbito de discusión –que, naturalmente, no es posible desentrañar en un texto de estas características- la obra de Luis de Molina resultó fundamental a partir de la edición de su obra capital, la Concordia, orientada por su autor a exaltar la libertad individual del hombre, incluso frente a la gracia divina, siempre dominante en el ámbito de los pensadores de radical ortodoxia. Por ello el Vaticano reaccionó con prontitud, buscando limitar e incluso prohibir la implantación de estas tesis.
La difusión de la obra a través de la imprenta llevó consigo una amplia serie de polémicas religiosas, que suscitó una enconada controversia entre las distintas órdenes. El problema que plantea el jesuita conquense y que desenvuelve con singular maestría es uno de los que más literatura han ocupado en el ámbito teológico: el dilema entre la libertad de elección que tiene el hombre, su libre albedrío para decidir en cada momento qué hacer y el sentido de la predestinación, pues parece decidido que la providencia ha decidido la suerte de cada uno de nosotros, de manera que no habría nada que elegir, siendo suficiente contar con la gracia sacramental. La novedad de la teoría molinista es la aparición de la “Ciencia Media”, esto es, la intermedia entre la libre y la natural, negando todo tipo de predeterminación física. La teoría recibió de inmediato la oposición de los dominicos y el asentimiento matizado de los agustinos (fray Luis de León entró también en la polémica a favor de Molina y a punto estuvo de padecer un segundo proceso inquisitorial, que incluso se llegó a abrir aunque fue rápidamente cancelado tras una amonestación). Hay que imaginar el ambiente agitado de la España del siglo XVI, con el luteranismo avanzando posiciones en Europa, para comprender el entusiasmo, la agitación e incluso la popularidad de estas disputas teológicas que eran comidilla de cualquier cenáculo y que popularizaron los temas referidos a la gracia. La cuestión alcanzó tal dimensión que obligó a intervenir al Papa Clemente VIII en junio de 1594, pero tampoco solventó el problema pues el grupo de teólogos que en Roma intentaron establecer un criterio dieron por terminada la discusión en 1607, muerto ya Molina, sin haber conseguido establecer un acuerdo concreto. En la tesis de Molina sobre el libre albedrío como valor esencial del hombre, cuya voluntad actúa con carácter autónomo acerca de la voluntad divina figura una definición capital de la libertad. Somos como queremos ser y actuamos según nuestros principios: no estamos condicionados por la decisión que Dios actúe sobre nosotros. Tesis verdaderamente peligrosa en tiempos en que la Santa Inquisición buscaba son tenacidad sujetos a los que llevar directamente a la hoguera sin mayores problemas. El oscurantismo inquisitorial puso pues sus ojos en Luis de Molina, si bien consiguió mantener su integridad física. Después de su muerte, el papa autorizó que pudiera difundirse su pensamiento.
Pero evidentemente la obra cumbre, por la inmensa profundidad de su planteamiento doctrinal y por la riqueza de los caminos que abre a la interpretación del mundo teológico es De iustitia et iure, distribuida en seis partes que suelen estar publicadas en cuatro volúmenes. En este caso, Molina realiza un primer e interesantísimo acercamiento al mundo del derecho aplicado a la guerra, sentando las bases de una nueva parcela de la ciencia jurídica. Hasta ese momento, hacer la guerra era una actividad honrosa para monarcas y países, con justificación en cuestiones tan etéreas como el matrimonio, el ensanchamiento de los territorios, defender la fe propia contra los otros (siempre infieles) y motivos parecidos. Molina parte del principio de que la guerra es un desastre universal, por lo que lo mejor es intentar evitarla y para ello hay que recurrir a otras vías –la diplomacia, el derecho, el acuerdo entre naciones- pero si finalmente el conflicto es inevitable, debe llevarse a cabo mediante una serie de principios que deben respetar los beligerantes y que, con terminología actual, podríamos explicar como la necesidad de respetar los derechos humanos. Está hablando, con cinco siglos de anticipación, de lo que intentarán hacer las sociedades modernas en busca de un acuerdo universal que garantice la sujeción de la guerra a las normas de un Derecho internacional.
Pero la obra, realmente ingente, no se limita a analizar la cuestión aquí enunciada, sino que es un auténtico tratado de derecho internacional, esto es, sobre la manera correcta y ordenada en que deben desenvolverse las relaciones entre las naciones, con audaces (premonitorias) observaciones sobre la política monetaria, la libertad de mercado, la regulación de los precios, etc.

La figura de Luis de Molina tuvo un protagonismo indirecto en Cuenca ya en época contemporánea, cuando el Ayuntamiento de la ciudad decidió demoler una vieja y hermosa casa, situada al comienzo de la Hoz del Huécar, en la puerta de Valencia que, según opiniones autorizadas, correspondía a la familia del jesuita. Hubo algún leve movimiento ciudadano para evitar su derribo, se produjeron cartas y declaraciones pero nada pudo impedir la pérdida de ese edificio, como tampoco nadie parece ser capaz de conseguir que una calle de Cuenca lleve el nombre de uno de sus hijos más ilustres y famosos.
En el año 2000, coincidiendo con su centenario, se promovió en Cuenca la institución de un Seminario “Luis de Molina”, de estudios internacionales, en el ámbito de la facultad de Ciencias Sociales, de la Universidad regional, del que no parecen haberse obtenido excesivos frutos intelectuales.
Obra publicada
Concordia liberi arbitrii cum Gratiae donis, divina praescientia, provindentia, praedestinatione, et reprobatione, ad nonnullos primae partis D. Thomae artículos (Lisboa, 1588)
Appendix ad Concordiam (Lisboa, 1589)
Comentaria in priman Divi Thomae partem (Cuenca, 1592)
De iustitia et jure tomus primus (Cuenca, 1593)
De iustitia et jure tomus secundus (Cuenca, 1597)
De iustitia tomus tertius (Cuenca, 1600)
De iustitia et jure tomus cuarto (Amberes, 1609)
De iustitia et jure, V (Amberes, 1609)
De iustitia et jure, VI (Maguncia, 1613)
Ilustración principal: Luis de Molina. Grabado por Johann George Wolfgang. Biblioteca Nacional de España.
Referencias: José María Díez Alegría, El desarrollo de la ley natural en Luis de Molina y en los maestros de la Universidad de Évora, de 1565 a 1591. Barcelona, 1951 / F.N.A. Cuevillas, “Luis de Molina, el creador de la la idea del Derecho como facultra”. Madrid, 1954; Revista de la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid, núm. 9, pp. 878-888 / Manuel Fraga Iribarne, Luis de Molina y el derecho de la guerra. Madrid, 1947; CSIC / Enrique Domínguez Millán, “El destino”. La Tribuna de Cuenca, 20-10-2018, pp. 24-25 Idem, “El gran teólogo”. La Tribuna de Cuenca, 07-12-2019, pp. 22-23 / Francsco Gómez Camacho, Diccionario Biográfico Español. Real Academia de la Historia / Mateo López, Memorias históricas de Cuenca y su obispado. Edición de Ángel González Palencia; II) Cuenca, 1954, p. 177 / L. Pereña, “Circunstancias históricas y derecho de gentes en Luis de Molina”. Madrid, 1957; Revista Española de Derecho Internacional; núm. 10, pp. 137-149 / J. Salaverri, “La noción de Iglesia del P. Luis de Molina”. Madrid, 1960; Revista Española de Teología, núm. 20, pp. 199-230 /Julián Zarco Cuevas, Relaciones de Pueblos del Obispado de Cuenca. Cuenca, 1927. Imprenta del Seminario, II, pp. 280-283 Edición Dimas Pérez Ramírez, Cuenca, 1983, pp.