MIEDO AL OTRO

EL MIEDO AL OTRO EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XVII. PROCESO Y MUERTE DE BELTRÁN CAMPANA

Adelina Sarrión

Prólogo de Ángel Gabilondo

Cuenca, 2016. Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha; 269 pp.

    Los tiempos de la Inquisición y sus actividades, terroríficas según unos autores, menos según otros, pero en todo caso representativas de un momento crucial de la vida de España (también en buena parte de Europa) han dado siempre mucho juego, con el resultado de haber generado una bibliografía ciertamente prolífica, cuya continuidad no se detiene, ni mucho menos. Los investigadores y analistas de ese periodo encuentran constantes motivos de inspiración a partir de la búsqueda de soportes documentales que, bien leídos e interpretados, siguen aportando con generosidad motivos para el conocimiento y la reflexión. No debe extrañar que un Archivo tan amplio y, conviene destacar, bien ordenado y clasificado, como el de Cuenca, se preste con generosidad al trabajo de quienes se dedican a estos menesteres.

     Adelina Sarrión Mora (Cuenca, 1961) forma parte del grupo de nuevos y jóvenes investigadores capacitados para bucear con acierto en los entresijos del tribunal de la Inquisición que actuó en Cuenca. Y lo hace con constancia, atrevimiento y la lucidez necesaria para aportar no solo datos sino una interpretación coherente, comprensiva de las circunstancias políticas y religiosas que formaron el entramado de un contexto histórico en el que fue posible la existencia de aquel entramado persecutorio en el que la corona y la iglesia fueron de la mano para coartar la libertad de los ciudadanos a los que se persiguió con pertinaz constancia. La autora ya dejó una excelente muestra de su capacitación para esta tarea con su primer y espléndido libro, Sexualidad y confesión. La solicitación ante el Tribunal del Santo Oficio (siglos XVI-XIX) (Madrid, 1994), al que han seguido otros trabajos en la misma línea, que ahora se complementa con este nuevo título, suficientemente expresivo en sí mismo.

     El tema ya sirvió a Adelina Sarrión para elaborar su discurso de ingreso en la Real Academia Conquense de Artes y Letras, ofreciendo entonces un resumen de lo que ahora ve la luz en forma de libro, que organiza su estructura narrativa y documental a partir de la figura de un personaje que, en condiciones normales, calificaríamos de “anónimo”, uno de tantos, sin ninguna circunstancia especialmente llamativa, lo que no impidió que la Inquisición pusiera sobre él ojos y manos con la intención evidente de conseguir uno de sus más eficaces objetivos: promover el miedo entre los habitantes de un lugar, el miedo colectivo al poder con su aplicación inmediata a la vida cotidiana, el miedo al otro, al vecino, al familiar, a quien pudiera ser sospechoso o delator o ambas cosas a la vez. El desgraciado víctima de las pesquisas inquisitoriales fue Beltrán Campana, originario de Bruselas, que andaba, según él, “viandante por España” y que en ese deambular tuvo la desgracia, un día de abril de 1651, de aparecer por el pueblo toledano de Torrijos, despertando de inmediato las sospechas del regidor Manuel Verdugo que sometió al forastero a un primer interrogatorio, de resultado poco satisfactorio, por lo que de inmediato se puso en marcha la maquinaria que habría de llevar al desdichado hasta el patíbulo, en el auto de fe celebrado en Cuenca el 29 de junio de 1654, festividad de san Pedro y san Pablo, en el que Campana se vio acompañado de otro medio centenar de acusados, efectuado mediante un ritual que Adelina Sarrión expone de manera muy detallada y que nos permite aprehender una auténtica visión plástica de aquellas sangrientas ceremonias uno de cuyos componentes era el sadismo de los ejecutores, puesto que los procesados caminaban en procesión hasta el cadalso sin saber todavía qué pena les esperaba, especialmente si la sanción sería la muerte y por ello “caminaban cabizbajos, temerosos y avergonzados, con la pesada incertidumbre de no saber cuál sería el castigo decretado por sus jueces”.

     Y así le llegó el turno a Beltrán Campana, presentado como “hereje apóstata, sectario, observante y profeso de los errores y falsos dogmas del inicuo y pérfido Lutero” a los que se añadieron otros motivos suficientes para condenarlo a morir en la hoguera, como efectivamente se hizo de inmediato, en la pira montada en la Plaza Mayor.

     Con notable eficacia narrativa, transformando la investigación documental en relato, la autora desmenuza todos los pasos de este fúnebre procedimiento, aportando detalles muy significativos sobre la forma en que se ejecutaban los autos de fe. Y completa el libro con dos capítulos finales en los que, de una parte, se ofrece una amplia visión panorámica sobre la España del XVII y de otra un expresivo resumen del pensamiento, tanto político como filosófico, de una época siempre dispuesta a ofrecernos nuevas sorpresas.