LÓPEZ DE CÓRDOBA, Antonio

Priego, 12-12-1799 / Madrid, 15-03-1854

Diplomático y político al que Muñoz y Soliva dedica un largo apartado en su Historia para relatar todo el proceso de aprendizaje que llevó a cabo por sus propios medios, a partir de una humilde niñez en su villa natal hasta ir escalando puestos por méritos propios, ganándose la voluntad de sus protectores gracias a una inteligencia poco común. Su padre abandonó el hogar cuando él era todavía un niño dejándolo al cuidado solitario de la madre en una situación de franca penuria, sobreviviendo gracias a trabajos de ínfima condición. Un maestro generoso le proporcionó las primeras letras hasta que la mujer decidió probar mejor fortuna en Madrid entrando como lavandera, oficio que le permitió acceder a la vivienda del embajador de Francia, donde encontró no solo trabajo sino también ayuda para que su hijo pudiera progresar en los estudios, para los que ya había demostrado una sorprendente disposición natural. Se formó en los Reales Estudios de San Isidro, en Madrid, donde aprendió latinidad, poética y varias disciplinas filosóficas, además de Matemáticas, Griego y Hebreo, hasta adquirir un sorprendente caudal de conocimientos. Entre ellos figura el estudio del árabe, con el que se encontró realmente preparado para acceder a la carrera diplomática. De este modo, en 1818 entró en casa de un embajador de España que, al ser designado para cumplir la misión diplomática en Constantinopla se lo llevó como ayudante y luego secretario, actividad que complementó desde el principio con una inteligente preocupación por la cultura del país, lo que se tradujo en el nombramiento de académico correspondiente de la Real Academia de la Historia (1819). Su conocimiento del idioma permitió que acompañara como intérprete a los responsables de la embajada en unos momentos ciertamente delicados de la diplomacia europea en aquellos territorios. En 1827 participó en las negociaciones entre España y el Imperio Otomano que consiguieron la libertad de paso de los buques españoles hacia el mar Negro. Pasó con el mismo cargo a la embajada en Lisboa (1829) y seguidamente a Londres, como encargado de negocios. Regresó a Constantinopla como ministro residente y luego ministro plenipotenciario, etapa en la que tomó parte en las negociaciones del tratado hispano-turco que culminó con la consecución de importantes ventajas comerciales para nuestro país, lo que fue reconocido con varias condecoraciones, entre ellas la Gran Cruz de Isabel la Católica.

Volvió a España hacia 1847 y fue nombrado consejero real y senador del reino (1849), permaneciendo desde entonces en nuestro país, donde fue elegido miembro de número de la Real Academia de la Historia, a la que legó todas sus pertenencias de tipo artístico, entre otras una valiosa colección de monedas procedentes de Palestina y Egipto y unos relieves asirios.

Referencias:  Rodrigo Lucía Castejón, Diccionario Biográfico Español; Real Academia de la Historia / Trifón Muñoz y Soliva, Historia de la M. L .e I. Ciudad de Cuenca, y del territorio de su provincia y obispado. Cuenca, 1867,  II, pp. 967-970