Domfront, Normandía, ¿13-10-1160? / Burgos, 31‑10‑1214
Nacida en tierras de Normandía, en una fecha indecisa a mediados del siglo XII, era hija de Enrique II de Inglaterra y de Leonor de Aquitania, hermana de Ricardo Corazón de León y Juan Sin Tierra. Su nombre permanece vinculado a Cuenca de manera permanente porque esta fue la ciudad en que residió mientras su marido, el rey Alfonso, continuaba reconquistando el país de manos musulmanas y esta fue la ciudad en la que, por su personal iniciativa, dejó una impronta secular que serviría para marcar el definitivo carácter de Cuenca.
Por iniciativa de su madre, una reina muy volcada hacia el mundo de la cultura, se gestionó el matrimonio de la princesa Leonor con el también príncipe Alfonso, futuro rey de Castilla, aportando como dote el ducado de Gascuña (1170). Tenía entonces alrededor de 14 años, uno menos que su prometido y era, según la Crónica General, “muy fermosa et muy apuesta de todas buenas costumbres”. Desde el territorio castellano se envió a Burdeos una muy lucida embajada, encabezada por el arzobispo de Toledo, para recoger a la joven princesa y acompañarla hacia su nuevo país. En Tarazona tuvo lugar el enlace, celebrado con toda la pompa, majestuosidad y alegría propios de las fiestas medievales. En los textos de la época se asegura que Leonor era de elevadas costumbres, recatada y de gran prudencia, poseía exquisita educación, era sosegada y muy hermosa, sabiendo honrar en su trato a todas las gentes del reino. El biógrafo Fidel Fita afirma que era de “espléndida hermosura de alma y cuerpo, su talento y gracia incomparables”, destacando sus claros y bellísimos ojos azules. Hay igualmente coincidencia general en que había sido educada de manera muy selecta, adquiriendo amplios conocimientos en letras y artes además de dominar a la perfección las técnicas de la trova. Por otra parte, hay coincidencia general en los cronistas de la época al señalar que, más allá de las conveniencias de Estado que habían ajustado el matrimonio, entre los dos jóvenes surgió de inmediato la atracción personal que había de dar consistencia duradera a su larga convivencia.
Leonor aportaba como dote el ducado de Aquitania, que pertenecía a su madre y Alfonso VIII le concedió los beneficios de una amplia serie de plazas fortificadas y ciudades y en especial, para su cámara personal, la ciudad de Burgos y la villa de Castrojériz con todos sus derechos y rentas.
Tras los festejos del enlace, la pareja emprendió viaje a Burgos, donde estaba en esos momentos la residencia real. A partir de ese momento, la práctica totalidad de documentos oficiales aparecerán firmados con una expresiva fórmula: “Yo Alfonso, por la gracia de Dios rey de Castilla y Toledo, en uno con la Reyna doña Leonor, mi mujer”, en lo que es un avanzado reconocimiento del papel que corresponde a la mujer, como solidaria y partícipe de las decisiones de gobierno. A la habilidad diplomática de Leonor se atribuye una actuación capital con la que parece que en principio no estaba muy de acuerdo Alfonso. El Papa había anulado el matrimonio del rey de León, Alfonso IX, con Teresa de Portugal, por la consanguineidad existente entre ambos (eran primos carnales) y con una habilidad sorprendente, Leonor consiguió convencerlo para que volviera a contraer nuevo matrimonio con su hija Berenguela, con lo que puso la primera piedra para la ya cercana unificación de los dos reinos, cosa que sucederá con su nieto, Fernando III.
La vocación artística y cultural de la reina quedó claramente de manifiesto al fijar su estancia en Cuenca tras la conquista de la ciudad (1177) permaneciendo en ella no menos de diez años, en los que, además de parir al infante Fernando (1189), heredero de la corona, promovió la construcción de la catedral, obra para la que trajo desde su natal tierra normanda arquitectos y alarifes que importaron a Castilla el nuevo estilo gótico, llamado a suceder al románico vigente hasta entonces y que por su iniciativa se aplicó por primera vez precisamente en la construcción de la seo conquense. Una empresa que revela con clara rotundidad el espíritu animoso y creativo de la joven reina y que, desde luego, le venía heredado. Como dice Valentín de la Cruz, “¿de dónde soplaba este viento de iniciativas en la mente y en el corazón de doña Leonor? Era un viento del Norte, como se llama en Burgos al que viaja desde Inglaterra y desde Aquitania hacia nuestra meseta. Aunque a veces huracanado, era “un aire de familia”, un aliento persistente de Enrique II y Leonor de Aquitania, los padres de nuestra reina, que a su vez lo habían recibido de los suyos”.
A la reina Leonor se debe también dos iniciativas de singular importancia: el establecimiento de la primera universidad española, la Studium Generale de Palencia y la construcción del monasterio cisterciense de las Huelgas, en Burgos, el primero en que se reivindica la condición femenina, al no estar sujeto a la disciplina del prelado, sino a la de la abadesa. En el testamento del rey (1204) fue nombrada regente de Castilla, pero apenas si pudo ejercer esta responsabilidad, ya que falleció pocos días después. Está enterrada, junto a su marido, en Las Huelgas, de Burgos, ocupando ambos sendos sarcófagos unidos, policromados y decorados con los castillos de Castilla y los tres leopardos pasantes y coronados de los Plantagenet.
La ilustración corresponde a la imagen de la reina Leonor en el Tumbo Menor de Castilla.
Referencias: José Manuel Cerda, Leonor de Castilla. La reina Plantagenet de Castilla. 2022; Trea / Valentín de la Cruz, “El enigma de doña Leonor”. Reales Sitios, núm. 105, 3º trimestre 1990, pp. 64-68 / Luz González Rubio, Mujeres en el callejero de Cuenca. Toledo, 2023; Almud, pp. 40-44. / Félix de Llanos y Torriglia, Santas y Reinas. Madrid, 1943; Ediciones Fx, pp. 115-132.