
En el mes de marzo de 1981 surgió el primer número de una modesta, pero a la postre muy valiosa publicación, titulada La Gaveta, editada por la Escuela Universitaria del Profesorado de EGB Fray Luis de León e impresa con la artesanal técnica del ciclostil.
Subtitulada “Revista de Literatura”, de ese modo queda meridianamente claro su objetivo, bien distinto del que suelen mencionar de manera habitual otras publicaciones surgidas al amparo de un centro educativo. Los promotores reconocen, en su primer editorial, que el intento tiene todas las características de una “aventura” y en seguida exponen sus propósitos: “La Gaveta quiere ser una revista de literatura (Reconocemos que con los medios con que contamos -técnicos, naturalmente-, es pretencioso llamar a estas páginas de tal modo). Desde el primer momento tuvimos muy claro que no queríamos hacer una revista-cajón de sastre en la que todo cupiera. Nuestros esfuerzos se centran en lo exclusivamente literario. Nos reunimos, propusimos, convenimos, discutimos, volvimos a reunirnos y así sucesivamente desde primeros de febrero hasta hoy en que sacamos este primer número”.
El Consejo de Redacción aparece formado por Pedro Cerrillo, Alejandro Dolz, Mariano González Miralles, Santiago Langreo, Antonio Larrey, Miguel Ángel Ortega y María del Carmen Utanda. Como se puede comprobar, nombres que al cabo de los años ocuparían puestos destacados en el panorama literario de Cuenca.
El primer número lo integran artículos de muy variado carácter. Los dos primeros, en prosa: “El aire de la estación”, de Mariano G. Miralles y “La última cena”, de Antonio Larrey. A continuación, el bloque poético incluye versos de Miguel Ángel Ortega, A. López Gómez, Alejandro Dolz y Sebatián Moratalla. El mismo Dolz firma un ensayo teórico, “El amor en dos obras del siglo XV” para añadir luego un espacio dedicado a la crítica de libros recientes, en la que se incluyen “La hora violeta”, de Monserrat Roig; “Mesa, sobremesa”, de Alonso Zamora Vicente; “Prosas”, de Rafael Alberti y “Maldición eterna a quien lea estas páginas”, de Manuel Puig. Un bloque final, diferenciado porque el papel utilizado es de diferente color (azul) al que forma el grueso de la publicación (blanco), aparece aureolado con el título “Gavetismos”, un bloque monográfico en este caso sobre el tema “El Surrealismo”. La última página incluye un poema de Juan Ramón Jiménez, “Soledad”, del “Diario de un poeta recién casado”.

No tardó en aparecer el número 2, que lleva fecha del mes de mayo de 1981, encabezado por una portada totalmente diferente, en este caso con la firma de Vitejo, que también hace las ilustraciones interiores. Del Consejo de Redacción han desaparecido los nombres de Santiago Langreo, Antonio Larrey y María del Carmen Utanda pero se incorpora como novedad Sebastián Moratalla y aparecen también otros nombres de colaboradores: José Ángel García, Carlos Martínez y Ángel Moréu.
En líneas generales, este número 2 sigue el trazo marcado por el primero, comenzando por un comentario editorial en el que se habla de las revistas culturales en España con una referencia especial a Cuenca para entrar en el bloque de los artículos propios, empezando por un relato en prosa de Antonio Larrey, “En la escalera”, para seguir con un comic de Carlos Martínez, “El muro de la libertad”. Hay poemas de Alejandro Dolz, Carlos Morales, César L. Atienza, Sebastián Moratalla y Mariano González Miralles. Ángel Moréu firma un estudio monográfico sobre “Makbara, la existencia en el cementerio” para pasar luego al apartado de comentarios de novedades literarias, en el que se da noticia de libros de Dámaso Alonso, Francisco de Quevedo y Alfonso Grosso, que se complementa con un bloque general titulado “El quiosco de La Gaveta”, donde se incluyen novedades y recomendaciones. Como ocurría en el primer número, el bloque final de la revista, bajo el epígrafe de “Gavetismos” (aunque ya sin distinción de color en el papel) se dedica al mundo del comic, con trabajos que llevan las firmas de José Ángel García y Antonio Martínez.
La corta vida de La Gaveta no es óbice para ocultar o disimular su importancia, como sobresaliente ejemplo de implicación de un centro educativo en un empeño cultural encomiable en un ambiente como el de Cuenca, tan poco propicio a aventuras de este tipo, por ello mismo condenadas a tener una vida efímera.
