Iniesta, 17-06-1926 / Montego Bago, Jamaica, 20-01-1960
Matador de toros, conocido como «Chicuelo II», debutó en los ruedos el año 1943 como sobresaliente en una novillada celebrada en Las Pedroñeras y en el mismo lugar, ya como novillero, en una corrida sin picadores, se vistió por primera vez de luces el 3 de septiembre de 1945. Debutó con picadores en la plaza de Albacete, ciudad que se encuentra en el origen de su actividad, el 24 de junio de 1952, teniendo como compañeros a Fernando Jiménez y César Girón. A partir de ese momento intensificó su presencia como novillero, en una carrera creciente de triunfo y prestigio, que culminó con su presentación el 12 de julio de 1953 en Madrid, alternando con Cagancho hijo y Carlos Corpas, con ganado de José Tomás Frías. Había participado en 49 novilladas cuando decidió pasar al escalafón superior.
Había nacido en la finca Casa de la Viuda, situada en el término de Iniesta, desde donde la familia se trasladó luego a trabajar a Villagarcía del Llano y finalmente a Albacete, cuando él tenía solo 7 años, ciudad en la que de joven empezó a trabajar, como dependiente en una ferretería. Es en esa época cuando empieza a acudir en busca de los cornudos, en tentaderos y capeas por los pueblos manchegos, escuela autóctona y de riesgo a la que Chicuelo II pertenece con todas sus consecuencias. Ahí empieza la carrera que, a finales de la década de los años 50 del siglo XX entra en la vía del profesionalismo. El nombre taurino se lo puso el banderillero Valeriano de la Viña, al caer en la cuenta de que Manuel Jiménez había sido también el del primer Chicuelo.
Obtuvo la alternativa en la plaza de toros de Valencia, el 24 de octubre de 1953, siendo su padrino Domingo Ortega y actuando de testigo Dámaso Gómez, con toros de Sánchez Cobaleda. “Palomito” se llamaba el astado con que logró entrar en la categoría de diestro taurino, título que confirmó en la plaza madrileña el 17 de mayo de 1954, con Jumillano como padrino, Pedrés de testigo y el toro “Acusón”, de la ganadería de Carlos Núñez, como protagonista indirecto del suceso, que fue un enorme éxito para el torero conquense, que salió de la plaza madrileña con cuatro orejas y que confirmó dos días más tarde, el 19, en que volvió al coso madrileño alternando con Manolo Vázquez y Antoñete, lidiando ganado de Barcial, al que cortó otras tres orejas. Entre una y otra cita hay que mencionar su primera temporada en América; en su presentación en la plaza de México el 10 de diciembre de 1953 resultó herido de cierta importancia por un toro de Zotoluca.
Actuó por primera vez en la plaza de Cuenca en 1954, alternando con Antonio Bienvenida y Manolo Vázquez, en una tarde memorable en que el conquense fue el gran triunfador, cortando cuatro orejas y dos rabos a toros de Ángel Ligero; los dos compañeros estuvieron discretos en sus primeras actuaciones, pero la salida de Chicuelo II en el tercer toro puso la plaza en pie e incitó a los otros maestros que, en su segunda tanda, ofrecieron al público una inconmensurable lección de destreza torera, consagrada finalmente por el iniestense en la que es, para la historia, la mejor tarde de toros jamás vivida en el coso conquense.
Volvió al mismo coso escenario el 5 de septiembre de 1955, con toros de Albaserrada, que lidiaron Chicuelo II, Paco Méndez y César Girón. La plaza estaba a reventar, en una de las entradas más grandes de toda su historia, expectación motivada sobre todo por el de Iniesta, que en ese momento era el número 1 del escalafón y que en esa tarde logró vuelta al ruedo en su primero y dos orejas del segundo. La experiencia se repitió el 31 de mayo de 1957, en la corrida conmemorativa de la coronación de la Virgen de las Angustias, con otro cartel de tronío: Chamaco, El Litri y Chicuelo II, el trío del valor que por primera vez coincidía en una plaza.
Fue el torero con mayor número de corridas en la temporada de 1955, en que saltó 67 veces a los ruedos, cosechando numerosos trofeos y, también, una cogida en Valencia el 18 de marzo. Al año siguiente toreó menos, 32 corridas y en línea parecida estuvo en 1957, con 33.
En el año 1957, tras actuar el 5 de octubre en la plaza de Belmonte, acompañado de Antoñete y Carlos Corpa, anunció su retirada y en efecto estuvo ausente de los ruedos durante el año siguiente, pero el 1 de mayo de 1959 volvió a vestir el traje de luces para actuar en Valencia y reanudar así su carrera, en la que pronto le esperaba la muerte. Antes, sin embargo, aún tuvo una última oportunidad de hacer vibrar la plaza de toros de su ciudad, actuando en Cuenca el 5 de septiembre de 1959, con toros de Domingo Ortega y con Antonio Ordóñez y Pepe Cáceres completando la terna. En uno de los tendidos, Ernest Hemingway contempló las faenas de los toreros, aquella tarde inolvidable. El diestro conquense cortó cuatro orejas y rabo, saliendo a hombros por la puerta grande. No podía presentir, ni él ni nadie, que era la última ocasión en que los aficionados conquenses podrían contemplar semejante espectáculo. Al año siguiente, ese mismo día 5 de septiembre, los toreros de la tarde, Luis Miguel Dominguín, Pedrés y Gregorio Sánchez, rendían en la plaza un postrer, póstumo homenaje, a su compañero arrebatado por la muerte.
La había encontrado Chicuelo II cuando viajaba hacia América para empezar la temporada en aquel continente. Un accidente de aviación, en las inmediaciones de la bahía de Montego Bago, en la isla de Jamaica, puso término definitivo a la vida, el trabajo y el empeño del más grande torero que ha dado Cuenca. Fue enterrado en Albacete, donde un mausoleo le recuerda de manera permanente. Al sepelio asistió una nutridísima expedición de conquenses.
En esa última corrida del diestro iniestense en la plaza de Cuenca había, en barrera, un testigo excepcional que plasmó en libro su opinión sobre la figura de Chicuelo II, tal como lo había visto Ernest Hemingway, que recordaba los duros comienzos del torero, cuando era un muletilla a la búsqueda de capeas: “Mientras los matadores de fama contemporáneos de Manolete lidiaban toros, medios toros y toros de tres años con los cuernos afeitados, él se enfrentaba a algunos de siete años con las astas intactas. A muchos de ellos los habían lidiado anteriormente y resultaban peligrosos como cualquier animal salvaje. Debía torear en aldeas que no contaban con enfermería, hospitales ni médicos. Para sobrevivir, Chicuelo II debía entender de toros y conocer la manera de arrimarse sin que le cogieran”, escribió el americano más españolizado que ha existido.
Los entendidos en el arte de Cúchares definen a Chicuelo II como un torero atípico, con un estilo muy personal, algo temerario y poco ajustado a los cánones clásicos, lo que le llevó a sufrir numerosas cogidas por intentar llevar al toro a un terreno casi inverosímil. Se hicieron famosos sus pases iniciados dando la espalda a la res para a continuación, en una torsión asombrosa, girar para darle la cara. Ironías del destino: ninguna de esas heridas fue tan mortal como la que encontró en un vuelo aéreo.
A comienzos del año 2000, al cumplirse 40 de su muerte, el ayuntamiento de Albacete acordó imponer el nombre de Chicuelo II a la calle hasta entonces llamada del Arenal, junto a la plaza de toros de la ciudad. En Cuenca se le recuerda con un monumento en bronce situado en la antesala de la Plaza de Toros, obra de Luis Marco Pérez y levantado por iniciativa de la Peña Taurina Conquense; fue inaugurado el 27 de agosto de 1967.
Referencias: Raúl del Pozo, “La vida de Chicuelo II, romance incompleto”. Ofensiva. 29-01-1960 / Federico Muelas, “El monumento que debe alzarse a Chicuelo II”. Cuenca, Ofensiva, 10-03-1960 / Fernando Priego, “Chicuelo II, un valiente torero que no sentía temor por la muerte”. Cuenca, Diario de Cuenca, 21-02-1981