Cuenca 1586 / Madrid 1648
El delicioso Madrid antiguo, el de las viejas y emotivas callejas que bordean la Plaza Mayor, lleva impreso el sello de un conquense que, en la corte políticamente decadente pero a la vez creativamente fecunda, de Felipe III, encontró el ambiente propicio y los medios adecuados para desarrollar una labor ingente, que en buena parte ha llegado incólume a nuestros días, aunque otra no pequeña ha sido adulterada o destruida.
Todo, en su origen y formación, le relaciona con el arte, desde su bisabuelo Martín Gómez, uno de los más grandes pintores conquenses, pasando por el hijo de éste, Gonzalo, pintor oficial de la catedral, padre a la vez de Juan, pintor también que, al casar con Francisca de Mora, emparentó con el arquitecto Francisco de Mora, de forma que el hijo de ambos, nuestro protagonista, recibió genes artísticos por ambas ramas familiares. Poco o nada se sabe de su vida en Cuenca, de la que salió cuando era niño y su padre buscó trabajo en El Escorial. Se desconoce su periodo de formación, aunque no es desdeñable adivinar la influencia de su tío Francisco, al que acompañaba en las visitas profesionales que hacía a los inmuebles reales, como El Pardo, Aranjuez, los Reales Sitios o el propio recinto escurialense, lo que le sirvió para adquirir los conocimiento básicos del oficio, de manera que en 1611, es decir, con sólo 25 años, lo encontramos de arquitecto real (“trazador y maestro mayor de las reales obras”), cargo en el que sustituyó a su tío Francisco, con el que aprendió profundamente los esquemas conceptuales herrerianos, que Gómez de Mora asimiló y suavizó. Aún no es el tiempo del barroco pleno, pero hacia él va a caminar nuestro arquitecto, no tanto por la vía de la monumentalidad, sino por la del urbanismo.
Pronto emprendió el proyecto del Colegio Real de la Compañía de Jesús en Salamanca (La Clerecía, hoy sede de la Universidad Pontificia), obra que pudo culminar gracias al impulso personal de la reina Mariana, que dotó la empresa con 80.000 ducados, incrementados a la muerte de la soberana (1611) y que es, desde luego, en su sobria monumentalidad, un punto de referencia esencial en el riquísimo panorama urbanístico del casco histórico salmantino: “Todavía hoy –dice Pita Andrade- impresionan profundamente las dos inmensas alas del edificio con el claustro grande y la iglesia formando un espectacular conjunto. Gómez de Mora acertó al organizar la planta con una extensión de 7.000 metros cuadrados, repartiéndose en planos diferentes las partes públicas y privadas de la vivienda y quedando el templo en uno de los lados”. Hace los proyectos de las iglesias de San Gil y Nuestra Señora de Loreto, ambas en Madrid y las dos desaparecidas, y diseña el claustro de la catedral de Zamora, antes de entrar de lleno en el ámbito de la arquitectura civil de la corte, al suceder a su tío como responsable de las obras reales, actividad que mantuvo prácticamente hasta el final de su vida, lo que le vincula a las iniciativas urbanísticas de Felipe III y Felipe IV.
En 1617 proyectó las fuentes de la Cebada y la situada en la plaza de Santa Cruz; de aquella se conserva un dibujo y de esta sabemos que fue realizada por Gaspar Ordóñez, luciendo como ornamentos los escudos de la monarquía y de la villa madrileña. Fue desmontada en 1869 y de ella se conserva la estatua de Orfeo (Museo Arqueológico Nacional) que figuraba en la coronación.
Hacia 1620 reconstruye el Alcázar viejo de Madrid, que había sido levantado por Juan II y del que hoy sólo se conserva la maqueta en el Museo Municipal, ya que el edificio desapareció en un incendio posterior (1634). El académico José Luis Morales Marín opina que «Gómez de Mora impuso un claro influjo escurialense, animando con la disposición de balcones, chapiteles en las torres y bella portada, el antiguo edificio‑fortaleza», como se puede comprobar a través de la maqueta del edificio. En cambio, sí podemos contemplar todavía la Cárcel de Corte, levantada por Gómez de Mora (1629‑1634) con una espléndida portada en piedra, torres y dos patios comunicados entre sí por arquerías, actual sede del ministerio de Asuntos Exteriores (en la Plaza de la Provincia) y el Ayuntamiento de la Villa, iniciado en 1640 de planta rectangular, en torno a un patio, con torreones en las esquinas, aunque este otro edificio ha sufrido profundas modificaciones a lo largo de los tiempos, en especial los adornos añadidos por Ardemáns en 1670 en la fachada principal y la columnata neoclásica incorporada más tarde por Villanueva.
Pero sin duda es la Plaza Mayor de Madrid el ámbito urbano que mejor refleja la capacidad imaginativa y conceptual del espacio que poseía Gómez de Mora, en cuanto arquitecto que rebasa los criterios hasta entonces vigentes, preocupados por impulsar edificios aislados, monumentales, pero desgajados de un entorno con el que, con frecuencia, entraban en contradicción. La antigua Plaza del Arrabal era un pequeño recinto entre las Casas de Luján, el arrabal de Santa Cruz y la Cava Baja; la idea de convertirla en Plaza Mayor corresponde a Felipe II, cuando traslada a Madrid la capital de la monarquía y a ese tiempo corresponde el diseño primitivo, que luego Gómez de Mora desarrollaría en 1617 hasta sus últimas consecuencias. El punto de partida es la Casa de la Panadería, trazada por Diego Sillero y la Casa de la Carnicería. Apoyándose en este elemento ya consolidado, el arquitecto conquense emprende una sistemática tarea de derribos de todo el embarullado entorno, para dar a luz a la hermosa Plaza Mayor madrileña, concebida como una planta rectangular a la que se accede por nueve entradas, tres bajo arcos y otras seis desde calles abiertas; los edificios tienen cuatro pisos, con un total de 477 balcones, de los que están corridos los de las dos primeras plantas, formando, en conjunto, “una de las aportaciones más importantes al urbanismo en la época barroca” (Pita Andrade), a partir de una estructura funcional que no descarta, sino que incorpora, distintos elementos ornamentales que aportan una gran viveza y animación al conjunto arquitectónico, en el que destaca la extraordinaria fenestración balconada y los soportales. La obra original aparece hoy parcialmente modificada, ya que un incendio (1790) obligó a hacer varias obras, incluyendo los cuatro arcos de esquinas, mientras que más modernamente también otros arquitectos han puesto sus manos sobre ella, como Oriol (1921) y García Mercadal (1935), sin alterar la estructura básica. Tampoco lo hizo la última restauración (1961), por lo que bien se puede decir que la Plaza Mayor de la Villa y Corte está hoy, para gozo y asombro de sus visitantes, sustancialmente tal como la diseñó Gómez de Mora. El recinto fue declarado monumento nacional por Real Decreto de 20 de febrero de 1985.
La capital del reino, pues, debe buena parte de su configuración urbanística tradicional al arte de este hombre singular, que fue debidamente honrado por la ciudad de Madrid con una magna exposición conmemorativa de su cuarto centenario (1986). Gómez de Mora trazó también los planos del convento de la Encarnación de agustinas recoletas, en la misma ciudad de Madrid; la casa y torre del Campillo, en El Escorial; la de Caballares, con dibujos de Herrera, en Aranjuez; la iglesia y conventos de jesuitas, que fueron terminados por Juan de Mateo, en Salamanca, donde también construyó el colegio del Rey; el convento de recoletas bernardas y la fachada del palacio episcopal, en Alcalá de Henares, además del Colegio de Málaga; el Hospital de la Encarnación (actual Palacio de la Diputación) en Zamora y, como se suele citar anecdóticamente, un proyecto de catedral para Madrid que nunca llegó a construirse. La investigación reciente adjudica también al arquitecto conquense el Panteón de los Reyes, en el monasterio de El Escorial, si bien la traza inicial y la elección del sitio corresponden a Juan de Herrera, pero el 10 de diciembre de 1619 aparece fechado el documento que acredita a Gómez de Mora como autor de la planta y alzado; los trabajos quedaron interrumpidos durante mucho tiempo y fueron concluidos por Alonso Carbonel tras la muerte de Gómez de Mora, a quien corresponde la idea de estructurar el panteón dentro de un gran octógono, en seis de cuyos paños se distribuyen las urnas funerarias, mientras que los otros dos corresponden a la puerta y el altar sirviendo como separación de los espacios unas pilastras de orden corintio.
La mano de Juan Gómez de Mora se encuentra también presente en otras obras menores, como la Capilla de San Isidro, de Madrid, destruida durante la guerra civil, para la que hizo unas primeras trazas en 1639 si bien el proyecto no prosperó; la iglesia parroquial de Rentería, proyectada en 1625; y el santuario de la Santa Cruz de Caravaca, que se relaciona con cierta tibieza con Gómez de Mora, a través de diversas investigaciones, en especial de Azcárate, que vincula esta obra con el destierro del arquitecto al reino de Murcia entre los años 1637 a 1646 por desavenencias con el conde-duque de Olivares, con quien no llegó a sintonizar pero cuya caída propició el retorno de Gómez de Mora a la corte.
Como señala José Manuel Pita Andrade, al resumir la actividad urbanística de la época “ninguno mejor que él supo recoger la herencia escurialense e impregnarla de matices propios. Su arte hace factible que las corrientes clasicistas lleguen hasta sus últimas consecuencias a través de un nutrido conjunto de obras que nos reflejan su actividad tanto en el campo de la arquitectura religiosa como en el de la civil”. En efecto, Juan Gómez de Mora marca el inicio en España de la modernidad urbanística, en su transición desde el Renacimiento al Barroco.
Este retrato biográfico no quedaría completo sin mencionar un aspecto ciertamente notable de Juan Gómez de Mora como cronista de su época, a través de un interesante repertorio de trabajos literarios en los que relata de manera ciertamente minuciosa algunas de las ceremonias realizadas con todo el boato que era propio de la corte de los Austria, como son el Juramento del príncipe Baltasar Carlos o el Auto de Fe celebrado en Madrid en 1623.
Al cumplirse el cuarto centenario de muerte, en 1986, el Museo Municipal de Madrid organizó una excelente exposición (inaugurada el 10 de mayo) que mostraba no solo la amplia y versátil obra del arquitecto conquense, sino también la poderosa huella con la que contribuyó a la configuración histórica y presente de la capital de España y que se concreta en el extraordinario ámbito urbanístico que es el Madrid de los Austrias.
Referencias: José María Álvarez Martínez del Peral, “Conquenses ilustres”. El Día de Cuenca, 30-03-1927 / Rodrigo de Luz Lamarca, Francisco de Mora. Juan Gómez de Mora. Cuenca, foco renacentista. Cuenca, 1997; Diputación Provincial / José Luis Morales Martín, Historia universal del Arte, vol. VII: Barroco y Rococó. Barcelona, Planeta, 1986, pp. 82‑86 / José Manuel Pita Andrade, Summa Artis. XXVI: La Escultura y la Arquitectura españolas del siglo XVII. Madrid, 1985; Espasa Calpe, pp. 470-475 / Varios autores, Juan Gómez de Moura (1586-1648). Arquitecto y trazador del rey y maestro mayor de obras de la villa de Madrid. Madrid, 1986, Ayuntamiento de Madrid.