Poemario Diálogo de la Lengua

A lo largo de su publicación, Diálogo de la Lengua ofreció un amplísimo caudal de poemas inéditos, entregados por sus autores para esta primera publicación. La mayoría fue luego incluida en otros libros pero el conjunto viene a representar una singular antología de poetas y poemas españoles contemporáneos, que aquí se ofrecen relacionados alfabéticamente siguiendo por orden los nombres de sus autores..

Amador PALACIOS

BUCOLICA POST-INVERNAL

Ya esta brisa parece revelar
la fértil copia de los vegetales
por más que los rigores invernales
quisieran muy en serio invalidar.

Esta brisa templada va a burlar
el desplante de cirros boreales
que en la altura se muestran saturnales
e hirsutos, y a la tierra va a animar.

Es ayudada por la luz huída
y el baile de las aves alocadas
y el silbo de otras aves en su empeño.

de encontrarse muy pronto aposentadas
en una rama verde, estremecida,
antes de entrar en su profundo sueño.

NATURALEZA AMENAZADA

¿Esconde esta belleza natural,
dentro de su apariencia tan hermosa,
alguna oculta evolución del mal,
alguna propensión muy azarosa?

Ciega contemplación: una infernal
e impertérrita parca belicosa
hila, desde artimaña silenciosa,
agrias metástasis de sarro y sal.

Es el único Dios Naturaleza,
y no la idea platónica, ese invento
de los hombres, que quieren dominar.

Ahora, gravosamente, esa corteza
dañada está y es causa de lamento.
Su destino acechado ha de vengar.

NATURALEZA Y MÚSICA

Naturaleza y música es ambiente
que, con poesía y con amor, prefiero.
Muchos años urbanos fui rockero
y ahora tengo este entorno complaciente.

Música intemporal, naturalmente,
escandiendo armonía; lo que quiero
sobre todo es posarme en un otero
y de la tierra su rumor creciente

sentirlo cual arpegios congregados
en acorde unitario, acelerados
como en cinética respiración.

Un silencio final asciende al cielo:
es del murmullo la decantación
que después reconstruye el violonchelo.

YO SEA VIRGILIO
(new Georgic)

Ahora yo sea Virgilio reencarnado
bajo luz vespertina mas no urdiendo
epopeya ninguna sino viendo
con gusto mi jardín fertilizado.

Y a este Virgilio, grave y mesurado,
sus parcas herramientas disponiendo,
le sobra ser poeta, percibiendo
dulcísimos balidos del ganado.

Trabajando en cuclillas, se complace
de ser vecino de unos eslovenos
que, por desdeño del oriundo altivo,

han tomado en arriendo unos terrenos
donde el rebaño sabiamente pace
y a la tierra produce un incentivo.

PERMUTACIÓN

A Pedro Chamorro

Con tripas de animales, con maderas
de oscuros bosques, con negros metales…
lucen los instrumentos musicales
refulgiendo en cadencias lisonjeras.

De las materias primas verdaderas,
del nácar de moluscos abismales,
de conchas y careys descomunales
se hacen plectros que pulsan las esferas.

La música al vibrar convierte aquello
que produce el difícil ensamblaje 
en faz evocadora del paisaje.

El sonido remite al natural
estado del conjunto artificial
mostrando en su hermosura un doble sello.

HORA PUNTA

Hora punta en los campos. Cual bandera
se iza el polvo en el lecho del camino
nimbado por el auto que acelera
o traspasado por tractor cansino.

La bomba, al impeler, se desgañita
para que corra agua: su razón,
cuando zozobra el gallo, delimita
resonando en la nítida extensión.

Rápidas liebres cruzan el sendero
creando contrapunto en la dinámica
surgida bajo el temple del apero
que, adusto, asoma a la luciente fábrica.

Todavía las 8 a.m. no han dado
y ya se muestra el sol muy fatigado.

CITA

Parecíome ría
mi río Guadiana
Ángel Crespo

Cierro un portón, y empiezo a deambular
por una perspectiva preñada de cipreses.
El sol está dispuesto a introducirse,
como una res, en el vallar del horizonte.
La tarde, pues, queda conformada
con una sumisión que intenta rociarse de serenos aromas
y apuntalarse en algún filosófico sustento, por pedestre que resulte
o quizá hacerse emblema mediante la figura
del gato familiar.
Sí,
se nota
el declive de la luz,
la ya perceptible merma de su duración
que hace aflorar una apreciable sensación de pérdida.
Durante estas noches la lechuza no parece estar presente,
oculta, callada; puede haber emigrado, no
se acatan, inevitables, sus resoplidos que pigmentaban la temperatura del
rumoroso verano
y que ahora -aunque, aún notable, persiste- ya tiene menos fuerza.
Por el espejo retrovisor del coche reculan
los cárdenos perfiles de los montes cercanos,
las viejas alquerías en ruinas que reúnen tanta piedad en el poniente.
No aflige, sin embargo, esta melancolía cubierta del verde de las viñas pletóricas
y las matas, verde esmeralda, de los sembrados repletos de pimientos
lustrosos, satinados. O esos otros
de flores amarillas, frutos túmidos.
Todo eso recula en el pequeño marco panorámico del espejo retrovisor
del coche,
eso más el caz seco, el caz seco del río Guadiana:
río tan renombrado, río tan rácano,
río tan sólo cauce en esta cuenca
sobre la que adaptándose el poema se asienta. Poema
aceptadoy ecléctico.

ACUARELA (VISIÓN DE CUENCA)

Desde el mimbre contemplo
tras el balcón cerrado
y a través del cristal
el robusto edificio,
la higuera en primer plano
y esta ladera al fondo,
bronca y ensombrecida
frente al jardín-terraza
del luminoso césped.

Compactos matorrales
detienen su descenso
cuando mi ojo los mira.
El altivo edificio
se nutre de su insomnio,
el condenado insomnio
que la piedra soporta,
en tanto que la higuera
va alargando sus brotes
con lúcida modorra,
y el jardín, cosa extraña,
se encienden en el ocaso.
Despiertos y en penumbra
consumimos el tiempo
escuchando Farnace.

Andrés NEUMAN

No se cansa el timbal dentro del pecho,
reverbera en la bóveda del ritmo.
A pesar de su larga voluntad,
del temblor entusiasta de los golpes,
sé que nunca ha tenido una piel fuerte.

Cada día procuro detenerme un instante
a escuchar, en silencio, su redoble.
Y cada vez aplaudo, por si acaso termina,
la frágil percusión del instrumento,
la música sagrada que acompaña.

Necesito la carne para amarte,
la carne enamorada, pero no
más allá de la tumba
sino contra la tumba.
Tendido entre nosotros, el temor
ha vencido su insomnio y se remansa.
¡Ingreso en el estado, estoy en él!
¿Qué pensará la muerte ante la fiesta?
Pierde la compostura,
suspende sus trabajos.

¡Antídoto, entusiasmo, derríbale las leyes,
ofrécele estos pechos de artesana
que señalan el norte y piden viaje!
Es lógico perderse, los guías se equivocan.
A veces el destino es blando y tibio y mueve
dos remos extendidos
que remontan la risa hasta colmarse,
donde cuerpo y sentido se reencuentran,
hasta el punto final de los comienzos.

En primitivas eras,
cuando el verbo aguardabas sumergido,
los peces empleaban al nadar
una antigua vesícula
que era brújula y bronquio,
centro del equilibrio
y la respiración bajo las aguas.

En nosotros pervive un testimonio:
¿quién no ha sentido en sueños que volaba
como dando brazadas en el mar?
Al dormir, respiramos con el órgano
extraño que los peces han perdido,
el mismo que dirige las imágenes,
y el ritmo del pulmón decide el vuelo
y sudamos en busca de un líquido remoto
y levamos el cuerpo como quien muta en pájaro.

Mientras siga ocurriendo, mientras haya
sueños y voluntad de remontarlos,
memoria y reflexiones abisales,
fusiones de elementos y de cielos,
flotará la poesía. En el futuro
volar será nadar con más conciencia.

Sobre el verde columpio de la hierba
al viento del verano, se que existo.
Lo se, junto al reflejo de las ondas celestes
y el brillante rumor de una piscina:
contemplo este papel que me asegura
con etimologías y guarismos
que el fugaz personaje que es mi cuerpo
pese a todo, es feliz. Yo le doy gracias
por su leal paciencia con mis temeridades,
con los torpes excesos del joven rico en vida
que derrocha, arrogante, sangre y noches
como si el privilegio de su fuerza
en lugar de un regalo fuese un mérito.

¡Agradezco, Salud, la armonía del alma
con la carne, su pacto resistente,
el incierto equilibrio -concebido no obstante
como en cámara lenta- que nos deja correr
y conmovernos, un golpe de pasión
entre dos reflexiones, el amar la palabra
y el amar sin palabras, el impulso
de dos instintos que se reconocen,
el temor de perderlo todo en la carretera
y el extraño derecho de arriesgarlo!
La Salud, que ilumina lo veloz y lo quieto,
el deseo y la idea, la música y el músculo,
la conciencia y el tacto, que permite
dormir bajo los árboles o estudiar sus raíces,
el malestar, el goce, la gimnasia
de quebrar el espejo
y sumergirme
hasta el fondo vivaz de esta piscina
en cuyo césped yace, amarillento,
un papel arrugado con guarismos.

Rotas horas, las olas.

Se anticipan,
se empujan,
se disgregan.

Recomienzan el ciclo, innumerables.

En su justo engranaje nos emulan:
detrás, siempre
alguien mira morir a alguien que mira.

Se apresuran, se escanden,
mezclan voces.

Ángel GARCÍA LÓPEZ

“(Homenaje a Leopoldo Alas Clarín)

Hermanos versicantores,
no hagáis caso si se enfada
quien se cree primer espada
y es nadie en paños menores.
Satán de los escritores,
devoto del verso aguado,
este crítico iletrado,
especialista en falsetas,
sólo absuelve a los poetas
que otro hubiera excomulgado.

Sin dar tregua, este ciempiés,
doctor en lo marrullero,
yerra al envite primero,
marra al derecho y al bies.
Ni pincha ni corta. Es
tullido de gusto y pluma.
Su sesera, pura bruma,
nula sal, mucha pimienta,
quiere cantar las cuarenta
e ignora si resta o suma.

Cuando ex cátedra predica
nunca a un Nerón tambalea.
Todo es nada, verborrea,
empaste, enjuague, botica.

Nadie entiende lo que explica,
si el trigo es trigo o centeno.
Condena a Guzmán el Bueno
y alaba a Guzmán el Malo.
Así que, su varapalo,
es ambiguo. Y epiceno.

Ángela VALLVEY

I

La eternidad jamás se toma
una mañana de descanso.

Ese afán, la hermosura
que el sol avienta,
no es temor
ni es la luz
que al morir se prolonga
con maneras de aurora.

II

Savia de sombra
en el profundo mediodía:
la noche propone sus pactos.
Carne triste
donde se pierde el corazón
cansado de hacer ruidos.
Amapola sin peso,
ni ilusión ni misterio,
¿qué racimo de sueños
te arrebató la tarde?

III

Me saciaré de estrellas
cualquier día.
Viajaré tras el viento
que encarcela al paisaje.
Suelo poner mis manos
sobre la lejanía, mientras
la madrugada se desnuda
sombra a sombra,
y nada busca,
me saciaré de estrellas
cualquier día.

IV

En la hora más tierna,
fui capaz de domar al horizonte.

El mundo no es un sueño;
el dolor: la condena del recuerdo.

Es abril, y el ocaso
aún perfuma este instante.

Los gatos, ¿contendrán la verdad
en la parte sumergida
de sus pupilas?

Las nubes son la consecuencia
de los cielos. Pero de
las cenizas jamás brota
una lágrima.

V

El corazón no sabe nada:
su reloj es de un polvo maltrecho
que el universo trenza.

Metal rojo
que olvidó el resplandor
de la mañana.

VI

Tuve un navío con las velas blancas.
Lo amarré a mi piel
cuando a barlovento
el atardecer arrojó al mar
sus velos de aire.

Como el Sol,
inventé la deriva de la luz.
Esa extraña distancia.

Antonio CARVAJAL

Abril nos trajo a Flandes
cuando el roble desnudo
tiende sus ramas lentas
a un frágil sol difuso.
A sus pies, tersos cisnes
y conejos astutos,
enfrente, los castaños
con el plumón menudo
de los brotes primeros.
Un reloj. El murmullo
de la lluvia en el agua
de los canales. Hubo
una vez un prodigio
en nuestras vidas: pudo
más la amistad que el tiempo,
el calor que el orgullo:
que la historia, los ojos
vueltos a un sol futuro.
No es la paz un regalo
para estetas, ni el humo
que adormece la sangre
sobre un campo sin surcos..
La paz, como el amor,
es delicado fruto
que se nutre de labios
pronunciando lo oscuro,
lo que no tiene nombre,
lo que flota confuso
entre manos y estrellas,
plumas, aguas y arrullos.

Dudé si compararte
con la nube o la luna:
agua fugaz para mi sed, caricia
de luz distante en sombra íntima y única.

Ramas cansadas, últimos delirios
esperaron en vano que la antigua
costumbre de los astros me alumbrara:
dádivas de la nunca
previsible constancia de los meses
mi sien tocaran con sus manos húmedas.

Toda mi piel gozó tu piel un día,
toda mi noche se encendió en tu púdica
palabra sin futuro.

Sé que un agua
de juncias densa y clara se me oculta
y me llama y no sé si de mi sed
se burla o, para ser, mis labios busca.

Compararte pudiera a los oasis
-no a la nube inconstante, no a la luna
mudable-, pero sólo oigo mis pasos,
no de tus palmas la envolvente música.

Blas de OTERO

Mi verso es un ciervo herido,
desde hace ya tantos años.
Heridas de desengaños
y de corazón huido.
Mi verso se me ha partido:
trozos
de tiempo, los años mozos,
la madurez y el olvido.

Y busco en el monte amparo.
y busco en tus senos cuna.
Que no me cubra la luna,
que la sombra me de amparo.
Busco en la música suave
bálsamo para mi herida.
Tengo las manos prendidas
del ala ingrave de un ave.

Mi verso es, a pesar
de todo, de un verde claro.
Que no me podrán quitar
el dolorido sentir,
si no me logran matar,
si me consienten vivir

Todo poeta es terrible. Mas sobre todo, terrible
es no haber vivido
después de nacer en Praga. Ser sólo una página en
blanco,
extendida hasta 1926, en una tumba de Valais.
Porque vivir no es únicamente soñar y meditar
y trazar bellas imágenes en el aire.
No es merodear, recorrer, escarbar el propio espíritu
con dedos de seda, niebla o pétalo.
Porque todo poeta es terrible cuando ha vivido y
amado y odiado intensamente,
y escribe con todo el cuerpo, hermosa y horrorosamente,
mas con ternura y estremecimiento.

En la cocina de una casa de Mundana,
estoy mirando
la pared de cal zul,
la mesa de mármol,
el turmis amarillo
y tres plátanos sobre las baldosas blancas.
Esta casa,
en otro tiempo, fue habitada por un viejo marino
que llegó a Manila e incluso le nombraron alcalde
de aquella ciudad,
eran los tiempos de Tximista y de los primeros armadores
vascos
que lanzaban sus bergantines al mar con la misma
despreocupación que un niño un barquito de papel
en el estanque.
Ved aquí, de cuerpo presente,
el Cantábrico capaz de hacer añicos las columnas de
Hércules.
Allí, el rasguño cruel de sus acantilados
y el arañazo de los arrecifes.
Hoy
la mar está tendida como el hule humilde de una
mesa.
Sopla un ligero noroeste y las lelas campanillas
del borde del sendero
oscilan un instante entre las zarzamoras,
mientras el débil peral derrama las hojas en el azul.
Le mesa de mármol
permanece impasible,
y la silla de enea reposa en sí misma.
Yo la miro lenta, ensimismadamente,
y me olvido de fumar, de mirar, de escribir…

(Mundana, julio 1968)

Pregunto qué es una carta, yo siempre pregunto
dónde está la calle Cualquiera, cuándo terminará
esa puñetera guerra de Indochina,
pero ahora
pregunto por el papel que ponemos debajo de la 
mano, las palabras debajo de la fecha,
una carta imprevisible es de lo más maravilloso
yo me refiero a las vulgares, corrientes, familiares,
qué alivio cuando son puras, cristalinas
y la salud se refleja en ellas
y añadimos que acaba de salir un libro
que trabajé a través de tres o cuatro años,
el libro ya no existe
para mí,
una carta perdura,
esas frases vulgares tan reñidas con la literatura,
poner la cama donde uno quiera,
con muchos besos y abrazos
Blas

M. 6 de febrero 71

Carlos MORALES

De qué te sirvió la arena del desierto?
De qué te sirvieron las largas noches en vela
frente al fuego, contemplando las ánforas vacías
de tu vida, sin agua en que limpiar
las sales cenagosas de tus labios?
Debiste pensarlo mejor.
Recuerdo bien, Josué, el brillo de tus ojos,
cuando al tercer día bajaron de los montes
los jóvenes muchachos que enviaste
a la ciudad, y dejaron caer sobre tu alfombra
el rumor interminable de sus huertos
y la rama de oloroso terebinto que traían para ti
como un puñal dorado colgada en su cintura.
Era tanto el ardor, Josué, tan larga fue la seca travesía?
Y todo lo olvidaste.
Y ya no te valieron
las aguas desbordadas del Jordán
que tus piernas cansadas rozaban con sus cantos:
era demasiada la pasión
que los vientos del este abandonaron
en las cuevas donde yacen las leonas:
querías entero el mar, todo el mar, el mar entero,
para arrojarte a él,
para flotar en él,
para hundir en él tus crisantemos rojos.
Y miraste a la noche,
porque querías tan sólo que la noche
cubriera tu estupor y te entregara
el secreto de su música para encerrarla luego
en las trompetas, en las cuernas de millones de carneros.
Debiste pensarlo mejor:
yo te recuerdo, Josué, mi pequeño amigo tonto,
levantando tus brazos desnudos hacia el cielo
y ordenando a los De qué te sirvió la arena del desierto?
De qué te sirvieron las largas noches en vela
frente al fuego, contemplando las ánforas vacías
de tu vida, sin agua en que limpiar
las sales cenagosas de tus labios?
Debiste pensarlo mejor.
Recuerdo bien, Josué, el brillo de tus ojos,
cuando al tercer día bajaron de los montes
los jóvenes muchachos que enviaste
a la ciudad, y dejaron caer sobre tu alfombra
el rumor interminable de sus huertos
y la rama de oloroso terebinto que traían para ti
como un puñal dorado colgada en su cintura.
Era tanto el ardor, Josué, tan larga fue la seca travesía?
Y todo lo olvidaste.
Y ya no te valieron
las aguas desbordadas del Jordán
que tus piernas cansadas rozaban con sus cantos:
era demasiada la pasión
que los vientos del este abandonaron
en las cuevas donde yacen las leonas:
querías entero el mar, todo el mar, el mar entero,
para arrojarte a él,
para flotar en él,
para hundir en él tus crisantemos rojos.
Y miraste a la noche,
porque querías tan sólo que la noche
cubriera tu estupor y te entregara
el secreto de su música para encerrarla luego
en las trompetas, en las cuernas de millones de carneros.
Debiste pensarlo mejor:
yo te recuerdo, Josué, mi pequeño amigo tonto,
levantando tus brazos desnudos hacia el cielo
y ordenando a los ángeles caer
sobre las sólidas murallas de la ciudad que amaste.
¿Y todo para qué?
Ganaste una ciudad,
mas lo que viste detrás de los muros derribados
no eran los fresquísimos jardines de su corazón
sino un río devastado a los pies de tu corcel,
una túnica en el barro,
y el enorme y vacío rumor de tu silencio….ángeles caer
sobre las sólidas murallas de la ciudad que amaste.
¿Y todo para qué?
Ganaste una ciudad,
mas lo que viste detrás de los muros derribados
no eran los fresquísimos jardines de su corazón
sino un río devastado a los pies de tu corcel,
una túnica en el barro,
y el enorme y vacío rumor de tu silencio….

Carlos SAHAGÚN

En la desierta playa
escuchas el dictamen del azul implacable.
Lo que has sido, la propia contextura
de tus años, se extiende o se repliega
como la espuma por la orilla intacta.

Sigues con la mirada el ritual del silencio
como quien bien conoce en el estío
la emoción del transcurso:
un ave cruza lenta hacia las dunas
estableciendo vínculos entre el aire y la arena.

Mas tú nada posees y nada ofreces.
Estás solo y lo sabes.
Sólo al borde de un mar nunca abolido.
Con la indolencia de las olas rotas
en el pasado te hundes y luego en el futuro.

Ventana que da a la alta noche
sin fronteras, a ningún sitio.
Más allá de tu red de niebla
busco a ciegas lo no vivido.

Busco el espacio en que, dispersas
por el horizonte indeciso,
unas rocas se desvanecen
en la oscuridad del estío.

Crece la penumbra y escucho
secretos acordes marinos.
Una playa remota suena
largamente desde el olvido.

Vibran allí, por un instante,
entre la arena y el vacío,
tantos años a la deriva
de los que nada quedó escrito.

Y a medida que se disuelven,
ese mar y ese cielo efímeros,
la memoria se va poblando
de sombras y tiempo perdido.

Nada existe tras los cristales.
El hombre no tiene otro oficio
que imaginar las olas grises
respirando hacia el infinito.

Diego Jesús JIMÉNEZ

A Manuel Alvar

Es ambición hermosa someter las palabras.
Reclamaba el lingüista
la precisión del tiempo para nombrar las cosas.
Sabía los arroyos, las escondidas sendas de los sabios, y las noches
abrasadas de flores; dónde el lenguaje abre sus palabras más justas.
Juan de Valdés sabía
que las palabras pueden penetrar la materia
y, con su luz más diáfana, establecer un orden en su universo helado.
Trabajó con las sombras, vivió oculto en la niebla
de su taller obscuro; en fríos alambiques de vidrio, acontecieron
los más bellos vocablos. Destilaba la razón en matraces, calentaba sus
pétalos
en busca del aroma que las palabras dejan en el aire al nombrarlas.
Atravesó la noche donde el silencio habita
los perfumes más cálidos. Ese resol perdido
incendiando la tarde por las hoces de Cuenca,
iluminó su frente. Y acaso viera al cielo, con su escritura pálida en las
aguas,
transcribir la belleza, la exactitud de toda su penumbra infinita.

Que la palabra nombre con su sabiduría, llene de sonidos exactos y de
luces precisas
nuestro conocimiento. Si es en los ríos donde se detiene
sea fría su música, transparentes y frescas sus dormidas imágenes;
transcurran las palabras reflejando el silencio
o queden derrotadas calladas recorriendo sus bóvedas, entre poldo, a
la sombra
de sus casas en ruinas, si acuden a las plazas vacías de la Historia.
Someter las palabas, Juan de Valdés, es ambición hermosa,
pues que así se da nombre y destino a la vida, la materia ilumina
su corazón cerrado.

Dionisio CAÑAS

A José Olivio

A mí me queda todavía
cerrar el círculo
que juntos empezamos a dibujar
hace muchos años.

1

en presencia de toda tu ausencia
no tengo más remedio
que inclinarme
por el perdón de César Vallejo;
él animará tu noche
con sus palabras,
mientras tu voz me llega
en presencia de toda tu ausencia.

2

con tus cenizas
durmiendo en el momento,
con tus cenizas
despertando en el lugar
donde siempre estuvimos juntos,
en la voz de verse y no verse,
en tus cenizas.
para qué amarse tanto
si en tus cenizas
están ya mis cenizas,
las cenizas del mundo,
la miseria de la Galaxia,
antes de que la noche
y sus cenizas cierren
el Círculo de los Dos.

3

un mar presente y ausente
como tú yo
con las cenizas dibujando
el círculo que nos encierra
en el rostro visible de la Muerte.

1

volviste una noche en mi sueño.
querías arrastrarme a lo oscuro.
jugábamos al amor y a la muerte
y yo te recordaba
que yo ya había muerto muchas
veces y que para mí vivir
es sólo un contratiempo,
algo así como si la vida fuera
un Mickey Mouse eterno
que resucita en cada una de sus imágenes,
y como si tú y yo hubiéramos
vivido siempre de su mano,
en Disneylandia,
en ese lugar oscuro donde tú me llamas,
ese Parque Temático de La Muerte
al que iré sin duda
cada vez que bese tus cenizas
en este Parque Temático de la Vida.

2

con tu antigua presencia
quiero acostumbrarme
a tu ausencia.
ya no eres lo que eras
pero para mí sigues siendo todo,
Mickey Mouse,
amor mío que estás sin estar,
que vives en tu imagen,
eterno Mickey Mouse.

3

olvido, oscuro ornamento,
cero en cero convertido,
círculos que tienden hacia un círculo
y que son parte de un círculo
en otro círculo
sin saber quién los traza;
un modelo para el Universo
en el que tú y yo nos paseamos
de la mano de Mickey Mouse.

Gonzalo ROJAS

(Cum subit illius tristissima noctis imago
quae mihi supremum tempos in Urbe fuit…)

Leo en romano viejo cada amanecer
a mi Ovidio intacto, ei mihi,
ay de mí palomas,
cuervas más bien, pájaras
aeronáuticas, ya entrado
el año del laúd del que no sé
pero sé aciago. 
Escriban
limpio en el mármol: aquí yace
uno que no nació pero ardió
y ardió por los ardidos.

Todo anda bien, el universo
anda bien, las estrellas
están pegadas a ese techo
remotísimo, mismo este árbol
parado en sus raíces que esta casa
hueca de aire, misma la obsesión
de la muchacha flexible que me fue locura
a los dieciséis, la que aparentemente no se ve
pero se ve, morenía
y turquesa y piernas largas que va ahí
corriendo por esa playa vertiginosa donde no hay nadie
sino una muchacha velocísima encima de
la arena del ventarrón, corriendo.

Ei mihi: pero el horror
Ovidio mío no es lo que es o
lo que no es sino el desparramo
de la gente, los corrales
enloquecidos de los Metros fuera de madre de
Nínive a Nueva Cork a la siga
de la usura como dijo Pound, el riquerío
contra el pobrerío del planeta, la dispersión
de los dioses, todo el uranio
de los bombarderos contra Júpiter, sin hablar
de la servidumbre del seso
a cuanta altanería, llámese
computación o parodia, todo anda bien
en la Urbe, todo y todo.

Pero no hay Urbe, hay
estrépito y semáforos hasta las galaxias, pero no
hay Urbe, falta
el placer de ser sin miedo al
pecado del psicoanálisis, el páramo
de los rascacielos es mísera opulencia, el mismo amor
que amaste pestilencia seca del rencor, y
ya en el orden del cuerpo ¿dónde está el cuerpo?
la nariz que fuiste, ¿dónde?, y tú sabes de nariz, ¿la oreja
de oír dónde?, ¿el ojo
de ver y de transver? No hay visiones
a lo Blake sino hoyo
negro, Publio
Ovidio, ¿me oyes, estás ahí en
la dimensión del otro exilio más allá del Ponto, en la imago
tristissima de aquella noche, o
simplemente no hay Urbe allá, mi romano, nunca
hubo Urbe ni
imperio con
todas las águilas? ¿Solo el Tiber
quedó? Aquí andamos
como podemos: hazte púer
otra vez para que nos entiendan el respiro
del ritmo. Ya no hablamos en portentoso como entonces
latín fragante sino en bárbaro-fonón. Piénsalo.
Te estoy leyendo al alba.

A Joaquín Rojas-May
que anda en los cinco

El que no ha visto a Dios en el juego no ha visto a Dios,
yo lo vi a los cuatro tal como es: un niñito
con cara de dragón como somos todos. Desde el momento
que el dragón está en nosotros y es nosotros: la que más
me habló de Él esa vez fue la mariposa
en la punta de Bucalebu, y allá abajo
el mar: -“Esas sí
que son olas, me dijo ella, ésas
sí que son olas”.
La pobrecilla
creía ver Mundo, no
había Mundo. Lo que era
o parecía que era, era
pura ventolera.

Y ahí mismo se acaba el cuento
del pensamiento. A ver otro, había
entonces -¿cuándo sería entonces? , había un caballo
grande de ésos que pastan solos en los potreros
sin nadie frente al mar, porque el mar anda siempre
en todo, justo porque es nadie. Bueno: eso
fue el cierre del 21 recién muerto
el muerto que fue el que me lo dio
¡por dármelo me lo dio! y por eso
mismo no lloré cuando murió, ahí estaba
todo el tiempo el caballo pastando en el potrero
frente al mar, piensa que piensa encima
de sus cuatro patas, ¡precioso
mi ocioso!, pero me lo robaron
de repente me lo robaron porque sí, y ahí lloré,
ahí sí que entré en la mutilación
y vi de golpe a mi padre.

Y otro pensamiento distinto: ¿sabes que hay una rosa que también crece sola?
y a la que se le ve la lágrima? No, no es rocío
lo que se le ve a esa rosa porque esa rosa
es invisible, nadie la ve,
pero está ahí intacta con su lágrima, nunca se seca,
es como una llama de agua, de eso que no hay
y sin embargo hay, ¿la habré visto
o la andaré buscando? Ayúdame, soy
un habitante, pero ¿dónde?

Lo que pasa es que hablando de mariposas no hay
dragón ni mariposas, nunca hubo, ni infancia, ni
caballo grande, ni rosa, uno mismo
es el abismo, metamorfosis,
de lo mismo, cumple uno ochocientos a cada instante, llueve
lluvia, siempre
llueve lluvia, el poeta
es un animal pasado de realidad y hay que vivir
ebrio de eso, ojalá
sin nadie, silabeando el Mundo
en el aire, total
se nace costino
y lafkenche, “naiden
reempuje a naiden” y otra cosa
sigilosa, de
alumbrado a alumbrado: oigan al río
del que habló Heráclito
retro y rezongón, al viejo río
renegado que viene volando de las cumbres y unas veces se seca
y otras se desborda, y pasa
loco por mi casa ése sí
es un río cumbrereño fuera de sintaxis
que no le pide nada a nadie, hasta que se suicida
unos 3 kilómetros más abajo tirándose de bruces
cuarenta metros contra el Diguillín y renace
de eso, de estar muriendo y siendo a la vez, leopardo
y más leopardo, de eso
y eso, velocísimo.

Javier LORENZO CANDEL

No importa si la niebla escondía el paisaje,
si daba más helor al frío del otoño
o si bruma que no levantaría hasta la noche.
Estábamos inmóviles, sujetos a la tierra
por una condición de placidez y ley
ante lo blanco
y su trama de nube, únicos en el tiempo
y en el espacio, únicos en la contemplación
y en su limpidez únicos.

Pero la condición que imponía la niebla
no era dejar la luz aminorada
ni ignoradas las lindes del camino,
no era atisbar veneros de claridad
que, a un golpe de memoria, presintieran
el eco de las cosas y su remoto nombre.

La condición era trocar en blanco
el mundo, descender hasta llegar al hombre
y hacerle imaginar
que todo lo alcanzado, al levantar la bruma,
pudiera haber dejado de existir.

Si hubiéramos sabido,
debiéramos haber perpetuado
la sensación levísima del goce
desde la fértil pérdida, rendidos
antes de hacer del claro
la natural angustia, todo lo inexorable.

No soy yo el elegido, mas celebro
estos rayos de sol
colando su viveza por las jambas.

Cuando levanto el cuerpo y la mirada es ágil,
se serena todo el espacio fértil que distribuye el mundo,
los nuevos trepadores aromas en la tarde
que hacen imaginar mojadas tierras
de labor, y una presencia azul
conquistándolo todo,
un triunfo en su esplendor y en su captura.

No soy yo el elegido, mas si fuera
un engañado loco
que hace del mundo cúspide y hallazgo, 
perdonaría el misterio inasible,
el del primer aliento de la dicha,
por esta criatura que celebra
la extraordinaria luz de sus descubrimientos.

Jesús Hilario TUNDIDOR

Deis ist das Auge der Zeit
Paul Celan

1

A lentitud marina hacia poniente
un sol ya pensamiento se destruye.
Riela el atardecer en marejada
que en el espacio es obrador que ahonda
-¡tanto mudo decir, tanto reposo!-
la realidad por la que soy suceso,
idea, acontecer, emoción pura…
Y es belleza la muerte aquí creándose.

2

Muerte de ojos azules marinera
que lija, lame, acida en el ajado
laberinto de chapas y pretéritos
una inmóvil, cruel memoria extraña.
Muerte que exhala rota de susurros
entre viejos navíos que se pudren
esgrafiados de desolaciones,
los intersticios de la decadencia.

3

Llamados, ¿desde dónde?, ¿por quién?, todos:
barcos, cosas, pensar, nubes, seguimos
a una marea que nos desvanece
en los acantilados de la tarde.
Baja la lenta luz al ocre musgo
de la chatarra, la ocre levadura
que cuece caries y patina herrumbres,
el floreado equívoco del óxido.

4

Sobre la soledad de las cubiertas
la desnudez fantasma de otro orbe
convoca en el vacío ahora su ámbito
de llamas inmortales: pasajeros,
marinería, prófugos, esclavos
y hombres libres, oscuros pescadores…
Hedor a oscura brisa sube desde
bodegas y sentinas en clausura.

5

Quiebra en el deterioro de las proas,
sin hender mar, aquel sueño oceánico
de quillas y de adarves y barandas
la audaz melancolía del retorno,
la chistera que el viento aún grácil corva
en el saludo de las despedidas,
las hélices marchitas del suspiro…
Todo aquello que fue, pasó y ahí yace.

6


Más falaz crece el sentido herido
con furtivo entusiasmo ante la trágica
prisión de esta belleza. ¿Es el silencio
fragmentado paz fragmentada,
vaticinio de nunca singladura
bajo el desposeído cielo ignoto?
¿A quién verdosa canta la madera
corrompida el concierto en que fenece?

7

Así el acontecer, la idea, el tránsito,
sueño y fugacidad, substancia y forma,
bajo la erecta luz que permanece
lectura de la noche son y pasan
sobre la Apocalipsis de la herrumbre.
Espacio: obscenidad del movimiento
sin jamás la victoria, tiempo, límite,
caducidad final de la apariencia.

Jorge RIECHMANN

Algunos poemas del libro inédito «Conversaciones entre alquimistas»

AIRE EN EL AIRE, AGUA EN EL AGUA,
EL MUNDO DENTRO DEL MUNDO

No despegarse de la tierra

No aferrar

Dejar ir

FILIACIÓN

En lo que soy, lo valioso se me dio como regalo. Logré otras cosas esforzándome, claro está, como cualquier hijo de vecino. Fui poniendo un pie delante del otro para recorrer largos trayectos, sucedieron encuentros que me transformaron, viví el paraíso de un cuerpo acogido por otro cuerpo, compartí el viático, dije y me desdije, trimaté la faena que no era capaz de rematar, escapé de asaltantes que a gusto me hubieran desposeído del saquito de sal. Pero al lugar esencial no tuve que llegar: si era accesible, es que ya estaba ahí.

Más que hijo de mis obras, soy hijo de lo que se me regaló y sobrino de lo que me fue encomendado. Y –siempre- mendigo de mi mejor saber.

GRASA Y SUEÑO

“El primer gradiente de libertad biológica es la grasa. Cuando un ser vivo es capaz de almacenar en su propio cuerpo la energía que va a permitirle desplazarse, escapa a la inmediatez de los estímulos del contexto: es un primer grado de libertad biológica. El segundo grado es la homeotermia (…) El tercer grado de libertad biológica es el sueño…” 
Boris Cyrylnik

¿Cuándo se despertó por vez primera la esperanza -exactamente lo que ahora estoy llamando esperanza- dentro de un corazón humano? Digo humano por no decir casi humano: ¿fue hace un millón de años? ¿Tres millones? ¿Ocho millones de años, en aquel peludo tórax prehumano? ¿Hasta dónde llegan los eslabones de la cadena fértil? Y sobre todo: ¿cómo podemos hoy, ahora que estoy hablando, seguir siendo fieles a esa cadena de transmisión, a la valiosa y ardua fragilidad de lo que han venido construyendo -construyendo acumulativamente y olvidando creadoramente- esas decenas de miles de generaciones sucesivas?

Por lo demás, ya sabes: cuando te digan grasa, no dejes de pensar en la libertad. En la libertad y en el sueño

HOMENAJE A NICHOLAS
GEORGESCU-ROEGEN

para Óscar Carpintero

Los árboles pueden convertirse en muebles, pero los muebles no pueden convertirse en árboles. ¿Cómo que no? ¡Pero si toda nuestra economía se basa en la suposición contraria! A lo más, nuestros expertos concederán a regañadientes: “Es posible que todavía no podamos convertir los muebles en árboles, pero nuestros tecnólogos están a punto de lograrlo”, y a renglón seguido celebrarán la finesse d’esprit de aquel famoso autor de ciencia ficción que decía: toda tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia. De manera, queridos niños, que la próxima vez que aparezca en la pantalla el ministro de Economía no declinéis ceder al regocijo: ¡mira, ése es el señor que cree que la mesa se convierte en roble! ¡El que cree que los añicos del vaso roto son igual que el vaso entero!¡El que cree que los muertos vuelven a la vida, como en las películas de zombis, y siguen produciendo y consumiendo como si talcosa, tecnológicamente ubérrimos, cadavéricamente eufóricos!.

MALDITOS POETAS

En nuestros tiempos el mal goza de un elevado prestigio social, lo que acaba traduciéndose en elevada cosecha de vocaciones: mucha gente adivina grandes posibilidades de inserción laboral, ascenso profesional o autorrealización personal. Proliferan las páginas web, las escuelas de negocio especializadas, los clubes de asiduos. Se abren paso concejalías, patronatos, academias, concursos, incentivos fiscales, reconocimiento de trienios y elaboración de indicadores.

Sin embargo, ser demoníaco lleva mucho, muchísimo trabajo. El genuino olor a azufre sale más caro que el más oneroso de los perfumes del más distinguido perfumista. Uno calcula, cuenta, pesa, sopesa y a la postre no sabe si vale la pena la inversión. Cuál es la verdadera tasa de retorno de la energía empleada en prácticas perversas, preguntamos tanto a expertos ingenieros como a reputados teóricos, y las respuestas -amén de muchas veces mutualmente incompatibles- distan de resultar satisfactorias.

Las más de las veces, el vampiro se piensa a sí mismo como mariposa. Malditos poetas: la obra completa de Paul Verlaine no justifica ni uno solo de los empellones y zarandeos, ni una sola de las bofetadas que propinó a su mujer.

PEQUEÑA TEORÍA DEL MILAGRO

1

Como el tráfico en aquel barrio estaba restringido, grandes pivotes móviles vedaban el acceso a los no residentes. Un coche acababa de pasar justo cuando el niño, de camino a la escuela, llegó junto a aquel pórtico inaparente. El pivote ya comenzaba a ascender. De repente el niño subió encima, y mantuvo el equilibrio mientras centímetro a centímetro se iba elevando aquel pedestal metamórfico. En derredor el mundo se detuvo.

2

“Al llegar a la plaza verás una diosa y dos leones; gira entonces a la izquierda”. Pero quien hablaba así no era chamán o arúspice, sino un taxista madrileño intentando guiar a un forastero al volante de su furgoneta. Y en el asiento de atrás la pareja de amantes pensaba, cada uno por su lado y también conjuntamente: cuántas veces somos incapaces de ver a las diosas y los leones que están ahí, a la vista de todos, por desatención o por ceguera o por prisa o por cobardía…

José Ángel GARCÍA

SAURA: RETRATO IMAGINARIO

Al fondo, de costado, cuerpo a cuerpo o
filo al flanco,
de revés, tajo o desplante,
en la treta, la parada, el molinete,
en el floreo, la finta o en el quite
en su propio gesto anida el trazo
indagando su destino de sendero,
seísmo de sí mismo,
contrario de la nada entre lo informe.

Sin apoyar la mano, la muñeca suelta,
en plena libertad el pulso,
temblorosa fluidez de través entre la bruma,
vital por imperfecta, la voluntad
se afirma, deflagrada,
permitiendo que el alma profundice
en la eterna realidad de cada espejo.

Vectores subcutáneos reconfirman
la existencia crispada de una rabia
tan sólo en la ironía -quizá en ocasiones
por extraña compañera la ternura-
atemperada,
que, tenaz contrincante de
sí misma,
su larvado facético combate perpetúa.
A su compás la sombra, cueva a cueva,
primero se estremece y luego se desvela,
en el eco de la mancha su memoria
mil veces denunciada.

Ala esenciada en zigzagueos
avanza, rasgo a rasgo,
su propia conciencia la pintura,
estilete cebado de intenciones,
en elemental impulso en que ética
y estética
la unidad configuran de un acaso

a cuyo empuje la realidad, convulsa,
se descarna
su médula más íntima mostrando.

¿Es respuesta en sí misma la pregunta?
Erguido ante el reflejo en
milagroso precario equilibrio entre
lo aún inacabado y lo
concluso,
adversario entregado de sí propio,
de lo incierto esgrimista heterodoxo
él es;
ahí va de nuevo.

LA SONRISA DEL AGUA

Como quien no sabe aún si avanza o
si regresa,
permanezco.

Pasan las palabras, juegan.
Palabras que van,
que vienen
a sí propias acogidas
más allá del sinsentido.
De la incertidumbre de la noche,
de su propio dudarse entre tinieblas,
nacerá la aurora
cazadora de sí misma hacia la luz,
mas será luego,
en el albor de la mañana.
Ahora
la oscuridad
en su propio discurrir en calma

se engata y acurruca.
Canalón repleto de rumores,
vive el momento un
susurro de adioses imperfectos
apenas presentidos.
Todo es -artificio falaz-
presente inalterado,
desolada isla autista
en medio de la nada,
extraña inexistencia del
instante.
Por fortuna, cuando vuelva el día,
la sonrisa del agua
volverá a quebrar, una vez más,
la ambigua incertidumbre de la niebla.

Mientras tanto, desahuciada de sueños mas
aún viva,
más acá del tiempo,
más allá del verbo,

reside la esperanza del
silencio.

NULLA DIES SINE LINEA

“Si abrís la luz, brotan cuchillos negros”
(Antonio Colinas)

I

Todo y nada. Nada y todo.
Los fragmentos heridos del deseo,
descarnada frontera indefinida
que une o que separa,
según venga,
lo cierto presentido de lo ambiguo.
Todo y nada. Nada y todo.

Desde la multiforme pregunta con que acucia
su esencia la memoria
alzaron, redivido, su vuelo de ansiedades
los planos inéditos del signo y,
al sueño en tabaleo de sus síes acogido.

-trazo, plan, ardid,
¿veo lo que veo o veo
lo que pienso que percibo?-
en su propio temblor
(ese temblor que siempre nos domina o,
quizá somos)
ardió el gesto.

II

No era tarde. No era noche.
No era mañana.

No era antes. No era luego.
No era entonces ni siquiera
ahora.
En el juego del tiempo en rebelión,
señuelo de sí mismo, ser y espejo,
fue el instante -rotundo, inextenso-
un rosario interminable de escondites.
Sus faces, contrapuestas dos a dos
-amor, dolor, caricia, fuego-
aunaron carne y alma y
el cómputo final
no otorgó pares.

Nada era verdad. Nada era falso.
Nada era real ni
era fingido.

En la frente del quiero
marcó el pasado, tembloroso y fluido,
certeza incierta,
una impronta de rasgos y de anhelos.
Y hubo pausa.

III

De vuelta, cual tantas otras veces,
no de todo (que es rendirse)
sino, exacto y concreto, de sí mismo
(que es lo raro, lo insólito, lo
Extremo)
el regreso inició a sus cuarteles,
náufrago de sí propio mas entero;
más él que nunca:
sereno, convencido, honesto,
pleno.

En los Ojos de la Mora, cual un verso,
se aposentó, suave,
el rumor apenas de una nube.

Nulla dies sine linea, Antonio Saura;
nulla dies sino linea, Dios lo quiera,
así
en la tierra como en el cielo.

José CORREDOR MATHEOS

Escribir en otoño
nada más,
cuando llueve y todo
se detiene,
el silencio es silencio
y vuelves a ser tú.
Escribir todo aquello
que te dicta
la lluvia en su murmullo,
en su silencio el pájaro.
Te puedes preguntar
por qué escribir.
Pero ¿a quién preguntar?
Te basta con dejar
que el otoño suceda,
que la lluvia suceda,
que tú mismo sucedas.
Cuando llegue el otoño
me adentraré en la senda
conocida
hasta que empiece a ser
desconocida
e invocaré la gracia
de la lluvia.

José HIERRO

I

Mister Eisen, con el índice de su mano izquierda
contraída por la artrosis.
Señala -dibuja- temblorosamente
piezas curiosas, concenradas
en el escaparate del anticuario
de Madison Avenue.

Al otro lado del vidrio de seguridad
-entre cabezas jíbaras de larga caballera
(probablemente falsas, pues están prohibidas
la posesión y tráfico de estos horrores reducidos),
abanicos de nácar y marfil
(países decorados con bucólicas escenas versallescas),
el petit point ingenuo
-Mary Jones, 1909-, enmarcado,
impertinentes de plata sobredorada,
fanales en los que parecen vivir mágicamente
flores, mariposas, colibríes disecados,
páginas de antifonario doradas por el sol de Solesmes,
samovares de plata o bruma-
estaba él: cerezo, limoncillo, nogal,
con cuatro clavijas menos,
desacordado de loco.

II

Sonó su música, por vez primera,
a la orilla del Arno, del Sena,
del Danubio de gabarras y aceite.
Después atravesó el océano,
enmudeció, sobrevivió, sobremurió.
Escuchó los mariachis entre el humo de la mariguana,
la trompeta del gringo (gringo, así lo nombraría,
porque venía de otros cielos),
el clarinete bajo
de monótono canto y coda de arrepentimiento,
él, bandeón de Buenos Aires,
la guitarra del Sacromonte.
Lo escuchó todo con nostalgia del rumor del bosque
que había sido su origen,
frente al estuario en el que fuego y oro desembocan.

III

Míster Eisen toma el laúd en sus manos
torpes y corvas como garras,
pero llenas de amor:
restaña las úlceras de la madera,
acaricia y barniza la convexidad de la caja
-cráneo, pecho, cadera, nalga-,
tensa y templa las cuerdas.
Y la madera renacida
huele de nuevo a bosque,
a salón cortesano, a rosas de Cremona.

IV

Míster Eisen se asoma
al brocal del laúd.
Un instante antes de que en la superficie del agua de la música,
en el punto donde cayó la lágrima, la hoja
que originó los círculos concéntricos
que se expandían y desvanecían…
(pero está confundiendo las cosas,
porque ahora está, sin sospecharlo,
desandando el camino,
contradiciendo al tiempo,
porque sucede que los círculos se contraen,
son cada vez menores,
retroceden hacia su punto de partida)…
Decía que, poco antes de regresar a su origen,
se ha formado un anillo en el agua de música.
Mister Eisen quiere no ver la mano
que ha tomado el anillo recuperado,
y se lo coloca en un dedo en el que nunca estuvo
y debió haber estado.
Ya no es el agua del laúd
lo que palpita movida por las cuerdas,
ni el agua del East River
en cuya orilla se produce el prodigio,
sino el agua domada del estanque
de la Casa de Campo de Madrid.
Descienden, por la escala
de los trastes, los dedos:
cada vez más agudos los sonidos,
cada vez más desamparados,
hasta el brocal del pozo.

Y lo que suenan son las músicas
recuperadas del naufragio,
misteriosas y tenues, antiguas y resucitadas,
pavanas y gallardas,
arrojadas por la marea a estas orillas de cristal y metal.
Llegaron en la panza del instrumento o nave,
sobrevivieron a los días y las pesadumbres,
y ahora suenan en Nueva York,
tañidas por los dedos torpes de Mister Eisen
y suenan y suenan y suenan,
y no dejarán nunca de sonar,
porque el laúd -cree equivocadamente Mister Eisen-,
ha recuperado su cuerpo y su alma,
gracias a él.

V

Pero la música que suena
no es la que Mister Eisen modela con sus dedos,
sino una música remota,
Mister Pigmalión, enamorado de su obra
no sabrá nunca que el alma encerrada
en la entraña de madera
existía antes de que él llegara,
y nunca será igual.
Mira su mano tañedora
que ha domado los sones.
No imagina siquiera, o no quiere aceptarlo,
que él no ha sido el dios que crea de la nada,
sino sólo el maestro luther
-artesanía y técnica-,
y que la música acordada que nace de sus dedos
sonaba transparente, irrepetible
hace ya varios siglos,
y la que ahora estremece el aire
es un eco que llega, atravesando el tiempo,
melancólicamente.

José Luis GIMÉNEZ-FRONTÍN

Sapere aude.
Tu mano nació sabia.
Tu pecho, inteligente.
Tu mente, diseñada por un gen altruista
para darse a otras mentes de materia futura.
Tu tesón alzarás en la tierra baldía.
Serás sordo a las burlas ingeniosas del necio.
No temerás exilio. Soportarás con gozo
el peso de la luz.


Con humildad, sin miedo, por tus pasos regresa
a aquel lugar en donde,
mordisqueada apenas, desechaste
la manzana fatal de la sabiduría.
Con reverencia lame su verde jugo, sorbe
si incorruptible esfera,
y atrévete a ser libre
-no hay otra alternativa-
en el futuro incierto.

Juan Carlos MESTRE

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo. 
Un poema de Lèdo Ivo es una luciérnaga que busca una moneda perdida. Cada moneda perdida es una golondrina de espaldas posada sobre la luz de un pararrayos. Dentro de un pararrayos hay un bullicio de abejas prehistóricas alrededor de una sandía. En Cavalo Morto las sandías son mujeres semidormidas que tienen en medio del corazón el ruido de un manojo de llaves.

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo. 
Lèdo Ivo es un hombre viejo que vive en Brasil y sale en las antologías con cara de loco. En Cavalo Morto los locos tienen alas de mosca y vuelven a guardar en su caja las cerillas quemadas como si fuesen palabras rozadas por el resplandor de otro mundo. Otro mundo es el fondo de un vaso, un lugar donde lo recto tiene forma de herradura y hay una sola calle forrada con tela de gabardina.

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo. 
Un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo es un río que madruga para ir a fabricar el agua de las lágrimas, pequeñas mentiras de lluvia heridas por una púa de acacia. En Cavalo Morto los aviones atan con cintas de vapor el cielo como si las nubes fuesen un regalo de Navidad y los felices y los infelices suben directamente a los hipódromos eternos por la escalerilla del anillador de gaviotas.

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo. 
Un poema de Lèdo Ivo es el amante de un reloj de sol que abandona de puntillas los hostales de la mañana siguiente. La mañana siguiente es lo que iban a decirse aquellos que nunca llegaron a encontrarse, los que aún así se amaron y salen del brazo con la brisa del anochecer a celebrar el cumpleaños de los árboles y escriben partituras para el timbre de las bicicletas.

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo. 
Lèdo Ivo es una escuela llena de pinzones y un timonel que canta en el platillo de leche. Lèdo Ivo es un enfermero que venda las olas y enciende con su beso las bombillas de los barcos. En Cavalo Morto todas las cosas perfectas pertenecen a otro, como pertenece la tuerca de las estrellas marinas al saqueador de las cabezas sonámbulas y el cartero de las rosas del domingo a la coronita de luz de las empleadas domésticas.

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lèdo Ivo.
En Cavalo Morto cuando muere un caballo se llama a Lèdo Ivo para que lo resucite, cuando muere un evangelista se llama a Lèdo Ivo para que lo resucite, cuando muere Lèdo Ivo llaman al sastre de las mariposas para que lo resucite. Háganme caso, los recuerdos hermosos son fugaces como las ardillas, cada amor que termina es un cementerio de abrazos y Cavalo Morto es un lugar que no existe.

Al octavo día los poetas despreciaron la serpiente, Ilhan Berk añadió entonces una torre al Mar de Galilea, el ciervo fue al mercado, la luz afiló su noticia en las columnas. El viento todavía no inclinaba el humo, no había moscas en el matadero. Al día siguiente el cuello de las floristas se alargó hasta el primer centenario, la tierra se desnudó, Ilhan pensó en todas las cosas que no había hecho.

Era el séptimo día, es decir un huevo de alondra. Ilhan se avergonzaba ante su saber porque no llovía y la rama de olivo ya había sido cortada. Entonces llevó a sus hijos al cine, fue al taller del zapatero, compró panecillos. Cayó la noche como una pelota de goma en el patio de al lado. Ilhan la recogió y la puso en la puerta del sexto día para que jugaran Ivy, Leila y Ahmet.

Así fue, llegó el quinto día preguntando dónde vendían pescado, la hija del afilador fue en bicicleta a llevarle pan a su erizo, las rosas salieron del aburrimiento, el amarillo eligió su oficio.

Deprisa se hizo la noche cuarta, salieron los rebaños sobre las chimeneas, la luna pacía con las gacelas y los membrillos olían como los bazares. Ilhan hizo café de higo, pensó en una llave y se acostó.

Al tercer día se oyó decir que alguien había inventado una silla, Ilhan miró al sol, se acordó del desierto y le envío una carta. Le había crecido la barba como un jardín y fue a dar una vuelta por Estambul.

Era ya la víspera del primer día cuando una mujer preguntó la hora en qué habría de nacer su hijo. Tenía la cara pálida como las manos de las lavanderas. Eso quiere decir que alguien podía hervir agua y regar los geranios al levantarse, también ir a una isla y regresar. Ya casi era hoy.


Las gallinas cantaban, sus patas eran azules como la historia de un viaje contado en la cantina. “Puede oírse el cielo”, dijo.


Al día siguiente Ilhan se puso una camisa blanca y descansó.

Juan Ramón MANSILLA

Bajo el señuelo del verano un día más,
lo sigamos o no, semejante tibieza,
sea real o engaño, igual desconcierto.
Nos quedamos aquí, hacemos que el mundo
vuelva a ser la página blanca,
que la vida se escurra como vaho
en los vidrios del invierno
y el sol de la mañana nos salve o condene.
Tú lees,
la gata sestea en el otro sofá.
El viento eleva plumas sin pájaro.
Me hablas como se pulsan las teclas
de un piano. La ciudad
resuena como si una espiga sonase
o tras vadear un arroyo hubiera un río mayor.
Desde el agua entramos de puntillas en el silencio,
y es todo este instante calmo, tan calmo
como quisiera mi muerte.

Cómo ahora las palabras son animalmente
son, mías son, cómo ahora cómo muérdenme ahora
la nuca, el pulgar, la piedra, el escalofrío, muérdenme
el sexo que las escribe, la piel donde habitan, bajo
la piel, cómo siendo animalmente nada, mineral-
mente nada, queman y ceniza, queman y tacto,
y pulpa son, aleteadamente abiertas, girantes
de granos y mostaza y la piedra madre, el puro
verde, la piedra que ya dije en girante y animalmente
fotosíntesis de palabras que no son y son más
mías por ello, lloramos la ausencia, lo que un día
dejamos durmientes y no no se hacen no las palabras
ni las cosas, cómo creció la manzana dime amor,
cómo creció adentro la semilla, la sílaba, animalmente
expulsados, sólo ya carne la palabra el logos
ilógicamente dador de significado, ¿pero la forma,
di, pero y la forma, la pieza de vacuno, la espina
del pez, la pezuña, la boca, el lomo, la calvicie
tan animalmente arena? Di, ¿y el hueso, lo solamente
hueso? Róenme las palabras este ser tuétanamente arcilla,
lo poco que yo mismo, yo tan íntimamente dios,
quise hacer como ahora las palabras, cómo ahora
mientras callas y animalmente tócame tu mano
y me besas.

Imagínate comenzar el día en una habitación con ventanas
que dan al levante y un lienzo de Matisse
(gran interior en rojo) al que toca la primera luz.
Los búcaros de cristal, las flores húmedas, la sala
envuelta en un humo sanguíneo.
Mira, observa este interior donde ahora estamos,
la pátina del tiempo en los muebles, la alfombra
que vino del otro margen del mar. Las cortinas
emborronan el paisaje como la tinta una página.
Los aromas luchan por salir afuera,
temblar de frío, sudar, oler. Eso y no otra cosa
es la vida. Un olor que nos perdura.
Mira, mira y dime cómo cicatrizarse del aroma,
de la llama que arde y no quema, de la pulpa
que mordemos y no cruje en la boca.
El domingo por la mañana haremos café y dejaremos
al día fluir a su manera. Un disco, unas lecturas,
nombrar una ciudad, buscarla en el atlas.
Países que caben entre los dedos, ríos que desaguan
desde el marrón oscuro al verde claro,
el sonido del océano y un cuarteto de jazz.
Algo se despliega con una molicie que ignoro
pero hechiza, bajo ramas desnudas
donde pronto habrá yemas, hojas, frutos.
También tú, entre la vaina roja de la manta de viaje.
El día: empleados en deportivas y chándal,
ufanos del asueto y su bolsa con pan.
Salen grupos de una iglesia.
El día: pecios tras el naufragio.
Todavía no se nada. Nada ha pasado.
Por suerte con el café hay bollos
y en los altavoces suena una canción en francés.
No se nada, pero nada impide
juntar nuestros cuerpos, separarlos,
juntarlos, separarlos
como si estuviera rezando,
como si suplicase a cualquier dios.
Señor, que nada manche este otro interior en rojo.
Ningún viento, ningún ruido, ninguna luz.

Como un viejo pergamino con palabras borrosas y las esquinas quemadas, así amanece el día. No hay página más oscura, ni siquiera la ceniza de la noche, o las voces que nos llaman a lo lejos.

No hay página más oscura sino el sueño que nos quiso soñar sin despertarnos.

El reflejo de la luz reaviva las sombras. Un juego de intermitencias que se cruzan. Una para el blando y resbaladizo sol de lo pasado. Otra para el blando y resbaladizo sol de las mañanas en ciernes.

Uno a uno regresan los árboles y vuelven al aire los pájaros más altos.

Esta mañana he vuelto a amanecer y es algo tan fácil que me aterra. El día, un día más inicia su mecánica. ¿No adviertes -me digo- en tu interior algo que cruje, como cuando al andar se aplasta un insecto, el hielo o la vida?

Otra vez ese viejo. Otra vez la cellisca,
el horizonte nublo, la ladera.
Que no se diga que no gusté las nubes,
que no la tierra o la lava.
Un hombre pierde una sandalia y ya.
Hubiera podido tirar
la otra, caminar descalzo sobre la toba.
Se diría que amó las aves
como yo amo, más que el aire,
o el lienzo, o el color, el color
mismísimo, la carne recién parida
por Grünewald, recién deshecha.
Que no se diga, que se vierta quien tal
fuego en el vientre, sangre su costado,
sea capón ya que no canta y sólo murmura.
Que no le lloren mujeres
y se le sequen la boca, el hígado,
el sexo si no reconoce el motivo.
Un viejo pierde una sandalia y ya.
Bella es la carne, bellos -vaya
por él- también los pájaros.

Julio MARTÍNEZ MESANZA

No sabe el peregrino lo que quiere:
atravesó los campos de batalla
y cantó a los caídos, luego sólo
pudo sentir desprecio por su canto;
acudió a los mercados: bien provistos
los vió, y cantó a las damas que compraban
halagos, pero al poco se aburría;
paróse a ver su reino desde torres
soberbias: su olvidada tierra hermosa
le pareció y alzó muchas más torres
a fin de conservarla; a policías
y aduaneros pagó, un catastro hizo
y dio justos preceptos a sus jueces,
pero un estado puede ser un alma
y los buenos proyectos arruinarse
como se arruina un alma en la desidia.
Así que el peregrino vio en peligro
sus dominios, en vez de defenderlos,
se ensimismó y, vestido con harapos,
vagó por yermos y ciudades hasta
que decidió vivir en un sepulcro.
Creció su fama, y hombres y demonios
asediaban su sueño y su vigilia:
no faltó la mujer, la siempre Eva,
y confundido abandonó la tumba.
Ya entregado a las olas del destino,
viene a parar a una ciudad bastarda
donde nada despierta su sorpresa.
Un buen día oye hablar de alguien que pinta
los escondidos pliegues de las almas
con una perfección equiparable
a la que poseían los antiguos
maestros y con tal riqueza y fuerza
que en símbolo convierte toda imagen.
Y nuestro peregrino, que no sabe
lo que quiere, decide cerciorarse
por sí mismo de tales maravillas,
visitar al pintor y ver sus obras.
Lo primero que ve son unos monstruos
con híbridas cabezas que le inspiran
piedad. Podría hablarles y entenderse
con ellos, porque ya los vio en sus sueños.
Cruza con el pintor una mirada
de cómplice y se asoma a las pupilas
de esos monstruos, temblando, y mira dentro:
ve un abismo y su rostro en ese abismo,
y de su rostro crecen las raíces
que las deformidades alimentan.
Vuelve la vista y ve un hombre a caballo:
le pregunta al pintor por qué lo hizo
con sus facciones y le puso el yelmo
que él llevaba al combate, y asegura
que incluso la montura y los arreos
son los mismos, e idéntica la forma
de ver el mundo y la indolencia propia
de quien cabalga ajeno al sufrimiento.
No responde el pintor y él continúa
maravillándose de verse en todo.
Reconoce las joyas y las manos
que las llevan y son también sus ojos
los que miran los cráneos vacíos,
y esos cráneos mondos con el suyo;
y ve la tentación siempre interpuesta
entre la voluntad y lo anhelado.
Peces, lentas tortugas y cangrejos:
descifra cada símbolo, y la angustia
de ver su historia en todos esos cuadros
no es mayor que el deseo vanidoso
de contemplarse y ser protagonista.
Luego, el pintor ofrece al peregrino
la visión de un reptil que de una mano
descarnada se zafa y hacia un astro
ceniciento se eleva. “Quiere eso,
tal vez, el alma, abandonar la cárcel
de la ansiedad”, le dice el peregrino,
“pero la voluntad, que abre la puerta,
no distingue un cerrojo de una llave”.
Entonces, el pintor, piadosamente,
le lleva a ver un cuadro que está haciendo:
en él, San Sebastián y la columna
del martirio se funden, carne y mármol
son una misma cosa y no precisa
de ataduras el mártir: sus facciones
son las del peregrino y aún no tiene
clavada flecha alguna: el pintor toma
su pincel y dibuja la saeta;
se abre la herida y sale con la sangre
el alma liberada de su huésped.

Leopoldo María PANERO

“Cerrado el libro sobre el pecho expuesto
el padre Rosacruz sabe y calla”

Fernando Pessoa

I

Que el ser entero no es
ladrar en voz alta, eso
lo sabe el verso: y que llevo
una rosa secreta en el pecho
y soy
la princesa de un cuento
que empieza por el final.

II

Cuando la cosa desciende de mis labios
miro con asombro a la mujer amada
y un sapo pasea por la avenida de la página
mostrando obscenamente a nadie
mi pensamiento.

III

Ven conmigo a enamorar mujeres
como el animal, silbando
como el perro que desfigura mi cara
en el borde deforme del poema
en donde sollozo no por ti,
sino por la única tragedia del poema.

IV

A Milowszch

Baila, mono sobre la página polvorienta
baila hasta que salga sangre de la página
y hasta que llore por mí la lluvia
cayendo sobre la página polvorienta.

Luis Alberto de CUENCA

El mar de Homero ríe para ti,
que te acodas desnuda en la baranda
en busca de aire fresco, con la copa
de néctar en la mano, mientras vienen
y van los invitados por la fiesta
que has dado en el palacio de tu padre.
El aire puro inunda tus pulmones
y el néctar se te sube a la cabeza.
Llega entonces el hombre de tu vida
a la terraza. Es una hermosa mezcla
de fortaleza y de sabiduría.
Ulises es su nombre. Tú no ignoras
que pasará de largo. Ya soñaste
su desdén tantas veces… Pese a todo,
el brillo de tus ojos insinúa:
“No me canso de verte”. Y tus oidos
reclaman: “Háblame, dame palabras
para vivir”. Y con el sexo dices:
“Dueño mío, haz de mi lo que te plazca”.
Todo es entrega en ti, dulce Nausicáa.
Pero él está aburrido de la fiesta,
perdido en el recuerdo de su patria.
Y no se fija en ti, ni en ese cuerpo
de diosa acribillado de mensajes
que nunca llegarán a su destino.

Manuel RICO

ANDUVE, NO SE POR CUANTO TIEMPO

habitando la extraña dimensión
donde la luz declina y nos traiciona.

Fueron años de luz desactivada por el miedo,
de inversa luz, de compartida soledad,
de luz de piedra.
Ni la rosa más pura, ni el mar hacia la tarde,
ni el pétalo de abril, ni el árbol ni su sombra,
ni la espiga.
Nos hurtaron
la luz, dejaron a la puerta
su empuje jubiloso, su carga y su milagro,
su realidad sin mancha.

Era gris el dominio que habitamos. Incierto claroscuro
de viejas gabardinas y sonrisas ajadas, de pasos inseguros
y palabras a medias.
El humo
extendía su frágil desconcierto junto a las factorías
y en el ojo tramaba su red inesquivable.
Al humo acostumbramos la voz y la retina.
Eran años de tinta. Era luz entintada.

Sabedlo hoy, muchachas adorables
nacidas en la luz, en su extensión directa y en sus calles
altas de claridad y de palabra,
hechas como el domingo para el sueño.

No como aquel declive de la luz,
no como la claridad hundida en la derrota.

(Enero 1992)

 

ES UNA CARRETERA SOLITARIA. UN CABLE DEL TELÉGRAFO

poblado de vencejos. Una casa que acaso abandonaran
no hace mucho sus dueños. Un surtidor inútil, vencido por el polvo.
Un fugaz automóvil, el silencio.

La luz es amarilla. Como el trigo segado no hace mucho,
sus cabellos gastados al fin se desvanecen contra un cielo
donde el abismo alienta.
Hierve el asfalto. Mensajes invisibles
de fugaces neumáticos
llegan sobre el silencio.
Es una carretera prendida al amarillo
de un sueño sin memoria.

Cruza el águila el aire y la luz, sigilosa, lo retiene.
En la casa, como fruto del tiempo
detenido, tal vez llegando del fondo de los siglos,
se pinta en la ventana la silueta sin rostro
de un fantasma. Ha surgido de pronto. Es como si el tiempo
ocupara un lugar al mediodía, un difuso lugar
hecho a la soledad y hecho al silencio que, terco, amarillea
la luz.
No existimos o sólo en el reflejo
de la llanura, del cable del telégrafo, del fugaz automóvil
o de la casa dejada
a merced del fantasma sin rostro por sus sueños
junto a una carretera
perdida en un lugar desconocido.

Pero es la soledad un universo. También el amarillo
de la luz aquietada, lo negro del asfalto
que hierve, el vuelo hecho sigilo del águila o la dura
desolación de julio.
¿Por qué la escena aturde?
¿Por qué el miedo nos deja
su barniz, su desastre?
¿Por qué, sobre la claridad, se impone
la callada amenaza del vacío, el asedio
de las cosas perdidas, la urdimbre gris del miedo,
su trampa inabarcable?

Es como si en el aire
jamás la noche se anunciase, como
si sólo nos marcara
la extensa longitud que sobrecoge, como
si sólo el horizonte, con su color de teja, y el desierto
-un surtidor de polvo,
una casa vacía y un fantasma
detrás de los cristales-, fueran el aposento
de la vieja pasión por detener las horas
que es el arte.

(Marzo 1992)

 

LA NIEVE, LA SORPRENDIDA NIEVE

cubre tu corazón, que es como el valle.
Como el valle de enero, luz helada. Aire en suspenso
como una larga duda
temblando bajo el humo de la tarde.

Llegamos de la nieve con los años al hombro. En esta tierra,
la de la eternidad imaginada, la infancia que perdimos
tiene en la nieve su más estricta luz, su posesión,
su amanecer, su aliento.
¿Quién olvida
esa luz fría que puso a nuestro alcance la mañana
de un enero perdido en la maleza? ¿No es acaso
parte de la memoria su fría longitud, tierra sin voz
su contextura?
Crecimos con su imagen
prendida a nuestros ojos, asediando la casa,
extenso territorio al que no se retorna.
No se vuelve a su luz. Tampoco a su silencio.
No se regresa al alba
que nos mostró la nieve un viejo enero.
La manchó el tiempo.
Como barro, los días
destruyeron su luz inmaculada, esa tierra sin voz
donde muere la aurora,
se afirma la pisada, busca el lodo, las hierbas ateridas,
la cruel posesión que fue el invierno
bajo la blanca luz que recordamos.

María Antonia RICA

1. (Sun in an empty room)

Hoy, caminando, he descubierto
el cuerpo aplastado de un gato.
Debía llevar tiempo porque
apenas una indefinible
forma indica la silueta
del animal
sobre la acera.

La luz roba el color del resto
de un latido
como si vaciara sangre
y,

reinando en estancias ausentes,
desocupando de impurezas
los despojos del gato, señas
de los que habitan una casa,
cualquier movimiento, cualquier
palmada,

ella detiene
el tiempo y sólo se deleita
consigo.

Es tan caníbal su belleza…

Y he temblado un instante, luego
he sentido un extraño alivio:

desaparecer
bajo la luz me otorgaría
cualidades de luz, de estar
cruzando
un acopio de pájaros.

2. (Cape Cod Morning)

Mirando como esa mujer
atenta en un punto escondido
y la inocencia de la clara
fuerza hallando su rostro,

si, como ella, en el ventanal,
quizá esperando una visita
que me avisó de su llegada
hace tanto…

Antes de acaecer la prisa,
de saber que un día más
tenso mi rostro en el castigo;

antes de que cunda el fracaso
igual que agua gris inundando
el desayuno
de las intenciones;

antes de parpadear, este
momento donde nada rompe
el cascarón de la fiereza,

ahí, quieta para la luz,
una dueña que se complace,
una giganta dadivosa,

aunque la oscuridad se acerque
desde el bosque,

ahora, sin ruido,
sin transitar de la amargura,

mirando,

sosteniendo la piedra enorme
de la jornada, recogiendo
grácilmente
la transparencia.

3. (Summertime)

Cuánto de hielo acecha
delante de la noche.

Y es de día: demarcaciones
blancas de luminoso puro
acogen bodas de vencejos,
vuelos enloquecidos
porque
qué otra cosa sino volar
para quemarse.

La noche me amenazaría
puesto que me conoce bien.
Sin embargo
fluyo a la calle,
a la nitidez matinal
en junio,
cuando aún la melancolía
no aroma el aire como flores
que envenenan la mansedumbre
del verano.

Salgo desafiante, leve
con mi vestido, doy un paso
a la calle, me enfrento al ala
de la calle, le robo plumas

y si la noche se agazapa
en la escritura del temor,

si anida la noche y, furtiva,
desaloja polluelos
de no-to-es-espanto
una luminiscencia
viene a regalarme más vuelo;

nada promete salvo espacio, nada
asegura

y leve fosforezco
y desafío.

4. (Rooms by the sea)

Los veo, están ahí calmando
la excitación de las paredes.

Repetiré sus nombres,
mi nombre;

un soplo solar los arropa,
un marino azul les entinta
el pelo
porque están hechos de la sal
de la memoria.

Todo adiós de la espuma
asoladora; tengo miedo,
un miedo huérfano, una inclusa
helando
mi quebradiza pertenencia
a su amor.

Pero cuando los veo ahí,
solazados de luz,
cubiertos
con esa capa resistente
del recuerdo,

y ellos me miran despreciando
la nostalgia
y voy enumerando nombres,
los suyos, los míos, brillantes
Pedros, Juanes, Montsinas, Conchas
y me responden

entonces
saldo, me envalentono,
salgo
a la escarcha.

Son mis muertos,
mi mar de muertos luminosos.

Olvido GARCÍA VALDÉS

I

Mujer hoz compañera
del cíclope, cuenco de amenaza
y dulzura, buche y cola de urraca: no es
sabiduría, mas no difiere de la sabiduría.
Cuando la sombra
fulge, cuando se aprecia
el musgo, si se aman los líquenes. No fíes
en la muerte, en la encendida
cola de milano; todo guarda
batalla y empobrece el dolor. Si miente
el aterido cuerpo mira esos ojos, constata
que uno está vacío, él sabe
quién eres tú, te propone la herrumbre.

II

La distancia entre quien habla
y por ejemplo dice mi pecho y quien sirve
de soporte a esa habla
y dice por ejemplo yo es la que atraviesa
la retórica, toda la lengua. El sonido
que bandadas de gaviotas producen
es externo, el encharcamiento
estacional de las tierras
llanas, ese espejo, pecho desnudo,
graznidos para lo vulnerable.

III

Cuento con el tiempo. Digo ardilla y caballo
y pardo mirlo
 y veo su cola, el ruido
de sus cascos, su firma anaranjada, veo
a la niña que se aúpa a la fuente, veo
la que habla sola, el color
de sus medias la delata, pienso: cera
e insectos, demorada
observación de los líquenes, traen
de la noche ese verde mortal.

Santiago GÓMEZ VALVERDE

Se doctoró en Historia. Tose mucho
cuando llega el invierno, se constipa.
Le gusta Shostakovich, la ensalada
sin atún, los poemas de Montale.
Cada diez días juega al Trivial Pursuit.
Cada diez horas toma un café solo.
Y llora con el cine y las cebollas
(sin distinción) y ríe mientras miente.
De nueve a dos da clases en el insti-
tuto. Venecia y Roma le deslumbran.
A veces, le comenta a su marido:
A partir de este lunes, dejo el Silkcut.

Desde que te marchaste, ya no he ido
a perderme los viernes en la playa,
ni a cenar arroz blanco con frijoles
en aquel restaurante de Camagüey.
He tallado en mi alma tu sonrisa,
para que emprenda el viaje irreversible
al país misterioso de las sombras.
Si la ley caprichosa del azar,
en la calle, tal vez, juntarnos quiere,
no es que apresure el paso por tu culpa.
Sólo es que los fantasmas me dan miedo.

Quiero que sepas, eres, me dijiste,
el hombre más audaz que ha poseído
mis muslos. Sus paréntesis abiertos
sicalípticamente no te olvidan.
Nadie llamó a las puertas de mis labios
descendentes con semejante lengua.
Y nadie ha derretido mi cintura
como un limón de pH tan alto.
Mis pezones un obelisco erigen
a tu salud cuando en tus manos pienso.
Ojalá que los dioses te lo premien
en mi cama, si falta mi marido.

Tiene un cáncer de páncreas. El Marlboro
destila, con carácter retroactivo,
su niebla en el paisaje de las víceras.
Los jóvenes sobrinos, en voz baja, mascullan:
Igual tenemos suerte y no muere en Nochevieja.

¡Que inventen ellos!
Miguel de Unamuno

Mis neuronas sabrán por qué te quiero tanto
y las causas exactas que sufro si me excitas
cuando la flor del beso se desata en tu boca
con un olor que nadie conoce y embriaga
o cuando en la pradera rosada de tus senos
mis caricias se fugan del tacto y se alborotan
o cuando entre los ríos curvos de tu cintura
la luna pulsa firme el acorde del agua.
Ignoro si los sabios hallarán la respuesta
de un ‘no se qué’ dormido a los pies de una estrofa,
pero, amor mío, mientras la teoría discuten,
¡vayamos al asunto, que es lo nuestro!

Detrás de las cortinas lejanas del olvido,
me ha llamado tu nombre, ése que estuvo un año
durmiendo en la buhardilla de mi lengua,
aquél que se reía del traje de la lluvia,
cuando se desnudaba en el hombro de julio,
cuya mano limita con los guantes de enero.
Ya no vive, me ha dicho, en el tercero b de tu tristeza,
le echaste de su cuarto para que no te viese
morir igual que un pez desolado en la orilla
incierta de su sombra salpicada de noches.
Le he encontrado mayor y, como siempre, tímido,
con su antifaz de aire, suplicando en la calle
monedas de memoria para comprar un plato
caliente de recuerdos.

Vicente MOLINA-FOIX

El drama de los celos
lo he vivido siempre
como una farsa.

Quién fuera el moro Otelo,
el retorcido amante de Proust,
o esa mujer que mira
en los bolsillos
del gabán de su esposo
-haciendo el vía crucis de la tintorería-
por si hay indicios
de un amor furtivo
dentro del forro.

Yo nunca he limpiado
en secom
mis pasiones.
Ni le puse un sabueso
a nadie.

Lo mío no es
la novela negra,
ni tengo la paciencia de la catarsis.

Sólo soy una pobre víctima
del género
chico

Soy el peor diciembre que se recuerda.
Una nevada absoluta
hará olvidar la flor
del rosal
y aquel paseo en barca
con manga corta.

Todo es enero y bufanda
en el calendario.
Y tú tomando el sol
noche y día.
El verano nos quiere como las putas,
mucho en muy poco tiempo
y ardiendo.

Sólo un amor que pase
de septiembre a octubre
sin perder hojas
se merece
el año siguiente.

Hoy es tu cumpleaños,
querido diario nacido
de mi alma sola.
Niño aún, aunque sinvergüenza,
y bastante grueso,
no sé qué hacer contigo.
En eso soy un padre
normal.

¿Fue mala idea
concebirte?

Así de débiles
somos
los célibes.
Le cogemos cariño
casi
a cualquier cosa
que haga un poco
de compañía.
Un perro,
una emisora de onda media,
un diario que crece
de ti, por ti,
y un día es posible
que hable contra ti.

Hijo: me has chupado
hasta el último céntimo
de pudor.
Delante de tu blanca piel
se me cae la baba.
No me sabía yo
capaz
de tanto mimo
a costa
de mí mismo.

Soy el viejo verde
de un amor tardío
a la puta verdad.

¿Qué serás tú de mayor?
A veces, como todos los padres,
me lo pregunto.
Ningún porvenir digno
se me ocurre
para uno
parecido a ti.
Eres el delator
de mis deseos
más raros.
El que va por ahí
contando
lo que hubiera querido ser
y llegué tarde.

Tampoco esperes tú,
ni mi poca familia en general,
mucha herencia.

¿Y si resulta
que lo único bueno
que dejo
es ese cuerpo tuyo
indecente
que empieza ya
a parecerse
a mí?

Hombre de ciudad.

Estoy por última vez
en el campo,
y no lo entiendo.

Qué mal naturalista
de las emociones
del árbol.
De la huella del agua
en una acequia seca.
De los distintos trinos de amor
de un mirlo viudo.

Se me debe notar
al andar.
Piso una rama seca
como el que aplasta
una cagada de perro
en el barrio de Salamanca.

Y qué injustamente vestido.
Parezco el acusador
del buen tiempo.

Algo me dice algo
entre los olmos.
Es el primer aviso del búho.
Vete.
Vete a tu alta torre.
Que aquí no te queremos,
alicatado hombre
de las nieves
del libro
de tu vida.

No se si esto es amor
o meteorología,
porque noto que llueve,
llueves aún
a rachas
en mi cabeza,
y el paraguas
de los remordimientos
apenas cubre.

Eres la gota fría del verano
que me he tirado
dentro de casa;
el vendaval marino
en la bañera
donde juego a barquitos
con los papeles
que por ti perdí.

Sigue lloviendo más
sobre mi rencor.
Que tus nevados alpes
se deshielen,
y llegue el agua al río
donde tú y yo,
que no aprendimos nunca a nadar,
nos vayamos a pique juntos