COLECCIONISTA DE RECUERDOS

EL COLECCIONISTA DE RECUERDOS

Luis Cañas

Prólogo de José Luis Muñoz. Portada e ilustraciones: Luis Roibal

Cuenca, 2011. Ediciones Olcades; 134 pp.             

No es costumbre en Cuenca publicar muchas memorias personales, a pesar de que es un género muy agradecido y, podríamos añadir también, necesario para completar los muchos huecos que deja el relato historicista convencional. Los libros de memorias sustituyen ahora con fortuna a los antiguos juglares que mediante la palabra oral contribuían de forma muy eficaz a dejar constancia de los sucesos de cada día. Pero, volviendo al caso de Cuenca, sabemos a ciencia cierta que no son frecuentes este tipo de obras, de las que apenas si pueden encontrarse ejemplos para contar con los dedos de una mano. Hay entre nosotros una cierta timidez, parecida al pudor, como si escribir de uno mismo -y de nuestra circunstancia, dicho así, al estilo orteguiano- tuviera que ver con el desnudo de actitudes, sentimientos y opiniones, unido al temor, razonable, de que muchas de las cosas que se podrían decir, si fueran totalmente sinceras, llegarían a molestar a no pocos de los destinatarios. Porque, a fin de cuentas, vivimos en una especie de hipocresía colectiva y escribir un libro de memorias obliga, por pura coherencia, a decir lo que quizá nunca nos atreveríamos a hacer de viva voz.

     Este libro, escrito por Luis Cañas, en la que es su primera y única obra escrita, no es estrictamente un libro de memorias, pero sí llega a serlo de manera indirecta. El punto de partida, tal como se lo planteó el autor, fue elaborar un relato, entre histórico y anecdótico, sobre la calle del Agua, poniendo énfasis oportuno en la evolución urbanística, los cambios de costumbres y comportamientos y aludiendo a los personajes de mayor o menor calibre social que en ella vivieron a lo largo de los años. La calle del Agua, donde se inscriben elementos de una fuerza tan característica como el mercado, el casino, la plaza de España, el gobierno civil, antiguos centros sociales como el Teatro Cervantes o el colegio Primo de Rivera (luego llamado Pablo Iglesias: cosas de los tiempos), el colegio de las josefinas, tiendas de todo tipo, comerciantes de tronío hasta llegar a la actual zona juvenil de ocio y escandalera nocturna, llamada también botellón de fin de semana y otras muchas referencias colaterales, era así un espacio abierto generosamente a la elaboración de un relato que podría poner ante los ojos de las actuales generaciones las vivencias acumuladas durante al menos un siglo.

      Pero Luis Cañas ha superado con crecer aquel propósito inicial referido en exclusiva al ambiente de la calle del Agua para extender su prodigiosa memoria hacia otros muchos aspectos colaterales de la vida en Cuenca, abarcando desde la actividad cotidiana, la del trabajo, el comercio y el ocio hasta llegar a los entresijos de la política local, siempre complicada. De la mano (y los recuerdos) del autor surge todo un espléndido fresco social, costumbrista y humano por el que desfilan (y quedan retratados) seres, situaciones y hechos, expuestos de manera relacionada, no cronológica, sino a impulsos de los sentimientos que en cada momento surgen de la memoria de Cañas, enlazándose uno con otro y pasando del drama a la fiesta con una naturalidad sorprendente, tal como corresponde a la naturaleza humana.

      Y así surge ante la mirada del lector (que también tiene ocasión de sorprenderse con las excepcionales dibujos alusivos de Luis Roibal)  la ciudad tal como fue, desde los albores del siglo pasado hasta los últimos apuntes sobre las circunstancias actuales y a través de un estilo discursivo directo, espontáneo, que no conoce los artificios de la elaboración literaria, asistimos como si las estuviéramos viendo a las correrías juveniles desde el convento de San Pablo hasta Los Pinillos o nos estremecemos con las penurias del tiempo de guerra o sentimos la crueldad, el hambre y el sufrimiento de la postguerra. Los amores primerizos, el carnaval, los deportes, algún puntazo político o municipal van formando la estructura de un libro tan ameno como profundo, cargado de observaciones directas y de reflexiones personales sobre la circunstancia de un tiempo y un lugar que, en el relato de Luis Cañas alcanza una viveza sorprendente y emotiva.